El inesperado fallecimiento de un ayutor clave

El último acto de Angelopoulos

La trágica muerte del cineasta es digna de un guion de Petros Márkaris

Phoebe Angelopoulos, la viuda del cineasta, ayer, en la zona donde ocurrió el dramático atropello el martes.

Phoebe Angelopoulos, la viuda del cineasta, ayer, en la zona donde ocurrió el dramático atropello el martes.

ANDRÉS MOURENZA
ATENAS

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La altura de la muerte de los grandes artistas no suele correr pareja al genio que desplegaron en vida. Ocurrió con Gaudí, arrollado en 1926 por un tranvía, y ocurrió la noche del martes con el cineasta griego Theo Angelopoulos (Atenas, 1935), atropellado con consecuencias mortales por una motocicleta. La historia de sus últimas horas bien podría haberla firmado su exguionista y amigo Petros Márkaris, ahora reconvertido en exitoso escritor de novela negra.

Angelopulos se encontraba en el barrio de Keratsini-Drapetsona, en la periferia de Atenas, donde las medidas de austeridad aprobadas por el gobierno del exbanquero Lukás Papadimos a instancias de sus acreedores internacionales duelen como los zarpazos de una bestia y el paro es una enfermedad contagiosa. Las fábricas han cerrado y el puerto, sede de la antaño potente industria marítima griega, ya no ofrecen tantas posibilidades de trabajo. La calles parecen anémicas, deslavazada la blanca pintura de las casas baratas.

El autor de La eternidad y un día buscaba localizaciones para su proyecto en curso,El otro mar, precisamente sobre la crisis económica en que anda sumido el país. El cineasta, de 76 años, se dispuso a cruzar una ancha avenida, algo que puede convertirse en deporte de riesgo en Atenas. El tráfico, durante el día denso y agobiante como pormenorizadamente describe Márkaris en su última novela (Con el agua al cuello) se convierte al caer la tarde en un alarido peligroso y los atenienses pisan el acelerador como si así pudieran escapar más rápidamente de la crisis.

UNA MOTO A TODO GAS / Una moto que salía de un túnel a todo gas, conducida -según los medios locales- por un policía fuera de horas de servicio, con la impunidad que suele caracterizar a parte de los agentes helenos, embistió de repente al anciano director, que sufrió golpes en la cabeza y una hemorragia interna. Avisado el servicio de emergencias, la primera ambulancia tardó tres cuartos de hora en llegar al lugar del accidente. Según uno de los técnicos del servicio de ambulancias, porque, tras partir del hospital, reparó en un problema en los frenos. ¿Efecto de los recortes? Quién sabe...

La sanidad ha sido uno de los servicios públicos que más ha visto reducido su presupuesto. Así pues, se hubo de enviar una nueva ambulancia que llegó con evidente retraso, lo que ha obligado al Gobierno a abrir una investigación sobre el suceso. Finalmente, fue una ambulancia privada la que llevo a Angelopoulos a un hospital, también privado, donde las Moiras terminaron de serrar la cuerda que lo ataba a su amada y castigada Grecia.

Proféticamente, una de las escenas de su famosaLa mirada de Ulises recoge un esclarecedor diálogo entre el director de cine personificado por Harvey Keitel y un taxista griego regado con una botella de aguardiente: «¿Sabes una cosa? Grecia está muriendo. Estamos muriendo como pueblo, rodeados. No sé desde hace cuántos miles de años, estamos muriendo entre piedras rotas y estatuas -dice el conductor-. Pero si Grecia tiene que morir, que sea rápido. Porque la agonía dura mucho y hace demasiado ruido». Angelopoulos ha abandonado ya la agonía de su pueblo. Contra su voluntad. Porque lo que él quería era reflejarla, una vez más, en sus películas y, de esta forma, darla a conocer al mundo.