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Comadira: pluma y pincel
Jaume Subirana
Profesor de la UPF y escritor.
JAUME Subirana
No sé si lo sabe todo el mundo, pero no es ninguna revelación que William Blake, además del autor de las inolvidables Canciones de inocencia y experiencia, fue un original grabador (su tumba dice «Poet-painter»), o que Michelangelo Buonarroti, además del escultor de la Piedad y el pintor de la Capilla Sixtina, fue el autor de unos espléndidos sonetos traducidos a un sinfín de lenguas. Quiero decir que a pesar de la discusión más o menos académica sobre si puede más la pintura o puede más la poesía, para un buen número de artistas, algunos de primera línea, la pluma y el pincel no solo no están en competencia sino que se pueden utilizar alternativamente.
En catalán, hay casos de nombres que aparecen en las historias de la pintura y de la literatura: subrayamos en el siglo pasado los de Santiago Rusiñol y Joaquim Torres-Garcia o, en tiempos más recientes, pintores con buena capacidad literaria como Antoni Tàpies (L'art contra l'estètica, Memòria personal) o Antoni Llena (que en el 2008 reunió Per l'ull de l'art) y, además del caso singular de Joan Brossa, el espléndido grupo de poetas y pintores, o pintores y poetas, formado por Albert Ràfols-Casamada, Felícia Fuster, Narcís Comadira y Perejaume.
Narcís Comadira, que publica con mucha más regularidad de la que expone, tiene colgada hasta finales de este mes en el Museu de Montserrat (¿habéis visto alguna vez el Caravaggio que guardan allí, o la Madeleine de Ramon Casas?) una antología de su obra (Narcís Comadira. 50 anys de pintura) comisariada por Jordi Falgàs, responsable de la gran exposición de arte catalán en Cleveland y en el MOMA el año 2007.
Los cuadros del autor de Enigma se trasladarán después, de finales octubre a enero, al Museu d'Art de Girona. Desde mi inexperiencia en artes plásticas yo no sé si Comadira -indiscutiblemente uno de los mejores poetas catalanes vivos- es tan buen pintor como poeta, pero sí sé que su pintura nos habla de lo que Jordi Ibáñez, en el catálogo, llama el espacio desierto del Noucentisme, que lo hace desde la discreción y la intensidad, que sus colores y árboles y piedras tienen una extraña fuerza evocadora. Como los grabados de William Blake. Como los versos de Miguel Ángel.
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