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Garriga Vela regresa con sus relatos a la calle de Muntaner

El escritor José Antonio Garriga Vela, la pasada semana en Barcelona.

El escritor José Antonio Garriga Vela, la pasada semana en Barcelona.

ELENA HEVIA
BARCELONA

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A José Antonio Garriga Vela (Barcelona, 1954) le persiguen los golpes de azar. De hecho, se convirtió en un autor ampliamente leído gracias a uno de ellos. Vázquez Montalbán compró su novela Muntaner, 38 solo porque le gustó el título, y fascinado, se dedicó a predicar la buena noticia. Había un nuevo cronista literario de la ciudad. Y no se parecía a nadie. Su mirada, tan desolada o más que la de una novela rusa, se sumó a las muchas que la buena literatura ha dirigido a Barcelona, en concreto a la Barcelona de posguerra.

Algunos libros después, Garriga Vela, que nació y pasó su adolescencia en el inmueble que dio título a su famosa novela, regresa a ese domicilio que ya no es el suyo –desde hace tres décadas vive en Málaga, patria chica de sus padres– para contar la historia de Muntaner, 38, pero esta vez por la puerta de atrás. Lo hace en uno de los cuentos de El anorak de Picasso (Candaya), un libro de relatos unidos por la autobiográfica intención de explicar la cocina de su oficio y sus obsesiones; a saber: la intensidad de los objetos y la fuerza de la infancia.

El escritor no cree que los lugares tengan vibraciones especiales, pero en el caso de los bajos del número 38 de la calle de Muntaner es para dudarlo. Fue Vila-Matas, uno de sus valedores, quien le descubrió que en ese espacio Santiago Rusiñol decidió crear el Cau Ferrat. «Josep Pla describía detalladamente en una obra, habitación por habitación, el piso donde vivíamos y donde mi padre tenía la sastrería. Eso me impresionó mucho». Pero hay más. Frente al balcón de la que fue su casa, durante la guerra civil asesinaron a los hermanos Badia, militantes del Estat Català, y unas flores todavía hoy mantienen vivo el recuerdo.

Hasta ahí todo está documentado. Quienes quieran saber si allí al padre del autor un tal Pablo Ruiz Picasso le encargó realmente un anorak –una prenda solo conocida por entonces en las tierras polares–, como se cuenta en el relato, se quedarán con las ganas. «Para mí todo es verdad. Yo es que paso tanto tiempo pensando en la literatura que muchas veces no soy capaz de deslindar la ficción de la realidad. No sé si soy el que escribe historias tristes o el que se ríe de las cosas triste que escribe y que la gente se cree». Y ahí se descubre que Garriga Vela no es, según confesión propia, un señor amargado por las circunstancias, sino más bien un tipo divertido, al que le encanta viajar y disfrutar de la vida. Lo otro queda para los libros.

CON AYUDA DEL AZAR / Y mientras tanto, el azar, o su mirada literaria –que es otra forma de ver las cosas–, le sigue los pasos de cerca. En esta visita a Barcelona se empeñaron en fotografiarle frente al dichoso inmueble de la calle de Muntaner, camino ya de convertirse en el epicentro de su vida. «No había estado allí desde hace 28 años. Mientras me hacían la foto se abrieron los postigos de los bajos y apareció un chico que vive allí y que preguntó si yo era el autor de Muntaner, 38. Nos invitó a pasar y vi que la novela presidía la sala como si fuera un objeto de decoración». El encuentro dispara su poder de fabulación y posiblemente alguna otra historia en el futuro: «Pensé que este joven tenía la misma edad que yo cuando me fui de esa casa. También vi que el piso, a diferencia del que yo conocí, estaba lleno de luz y alegría».

Y para completar ese tipo de carambolas fortuitas que le acechan, jura que ese mismo día se encontró a Juan Marsé, otro miembro del club de sus descubridores, a quien no veía desde hacía 10 años. Fue en la librería La Central de la calle de Mallorca. Justo en el momento en el que estaba hablando de él.