La revolución en la escuela topa con el corsé de la LOMCE
Que el sistema educativo pasará, antes o después, por una transformación de métodos didácticos, que habrá que renovar las maneras de impartir clase (especialmente en la secundaria), es un debate que plantea ya pocas dudas. Hasta la escuela más conservadora, la que encarna el actual Ministerio de Educación, lo reclama, e instituciones de larga tradición educativa, como los jesuitas (y previsiblemente pronto también los escolapios), han dado ya el paso. En la pública, un puñado de escuelas e institutos van desde hace tiempo por esa misma senda. Y con resultados bastante satisfactorios en las evaluaciones externas.
«El problema es que con una reforma educativa como la LOMCE del ministro José Ignacio Wert, que ejerce un control estricto de los currículos y que prevé reválidas para asegurarse de que esos currículos se aplican, el margen que las escuelas tienen para la innovación es prácticamente nulo», denuncia Joan Maria Girona, maestro y miembro del consejo de formación de la asociación Rosa Sensat. «La LOMCE es un regreso al pasado. Una vez más, lo que estamos viendo es que las leyes van por un camino y la realidad por otro muy distinto», agrega el sociólogo y pedagogo Jaume Carbonell.
Encaje difícil
El encaje entre la ley Wert y la revolución pedagógica que están poniendo en marcha estos centros educativos es difícil, prosigue Girona, que considera que España perdió una oportunidad de oro durante la implantación de la LOGSE, la ley socialista que en 1990 alargó la educación obligatoria hasta los 16 años y creó la actual ESO. «Hubo un momento en que se planteó la posibilidad de que la ESO fuera una continuación de la primaria, pero, en lugar de eso, se apostó porque el modelo para toda esa etapa fuera el del bachillerato», lamenta el pedagogo.
Esa decisión, que otros muchos expertos también consideran un error, ha dejado por el camino, en los últimos 25 años, a cientos de estudiantes desmotivados, obligados por ley a ir a clase pero sin estímulos para estudiar. El rechazo, y consiguiente fracaso escolar de esos estudiantes, no ha hecho sino alimentar el desencanto de los profesores.
Revulsivo
Por eso, saber que hay institutos que practican nuevos métodos, que incorporan teorías tan variadas como las inteligencias múltiples, el aprendizaje y servicio, el diseño del cambio (Design for Change), el trabajo por proyectos o la gamificación y el juego, entre otras, ha sido acogido con tanto optimismo. «Si algo hay que agradecer a la LOMCE es que, lejos de desestructurar, lo que ha conseguido es que los centros que ya trabajaban con estos métodos afloraran, salieran a la luz pública», señala María Acaso, coordinadora de la Escuela de Educación Disruptiva de la Fundación Telefónica. La ley Wert ha actuado, en cierto modo, como «revulsivo» para dar visibilidad a estas escuelas hasta ahora anónimas, sostiene Acaso.
La principal crítica que esta pedagoga, que da clases en la Universidad Complutense de Madrid, hace a la LOMCE es que «sobre el papel es una cosa, ya que, por ejemplo, habla de aprendizaje por competencias... Y eso es positivo». «El problema es que luego estamos viendo que la aplicación práctica no va en absoluto por ese camino y plantea reválidas con 350 preguntas tipo test o hace casi desaparecer la música y la educación artística de la primaria», agrega la experta, autora del libro 'REDUvolution'.
Y aunque Jordi Musons, director de la escuela Sadako de Barcelona, ganadora del Premi Ensenyament 2015 del Cercle d'Economia, cree que el modelo «de aprendizaje antiguo que representa la LOMCE aún concede cierta autonomía a los centros, ya que se abstiene de regular sobre cuestiones metodológicas», para el socicólogo de la Universitat de Barcelona Xavier Martínez-Celorrio, «la escuela que plantea Wert está basada en la memorización, penaliza los errores y no personaliza el aprendizaje», reflexiona. Esto, agrega, «en un contexto donde ni los profesores ni los centros van a tener libertad para innovar».
Esta es una de las razones, opina María Acaso, por las que el nuevo fenómeno pedagógico cala más fácilmente en la escuela privada. «A sus directores les resulta más fácil movilizar al profesorado. Para la pública, salvo honrosas excepciones, es más difícil implicar a los profesores, especialmente a aquellos que, en cuanto suena el timbre de las tres de la tarde, dejan el bolígrafo y se van para casa», constata.
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