testigo directo

Qué boda la de aquel año

La tormenta que cayó hace 10 años sobre las cabezas de los novios Felipe y Letizia no fue la metáfora catastrófica que algunos quisieron ver. Se equivocaron. Como los meteorólogos en primavera. El futuro rey y la periodista se besaron castamente en el balcón de palacio. Y salió el sol. El sábado 22 de mayo del 2004 fue tremendo. En las vigiladas calles de Madrid y en las redacciones de los periódicos.

VIVAn LOS NOVIOS. Los recién casados Felipe y Letizia, a la salida de la catedral de la Almudena.A la derecha, la portada de la edición especial de este diario.

VIVAn LOS NOVIOS. Los recién casados Felipe y Letizia, a la salida de la catedral de la Almudena.A la derecha, la portada de la edición especial de este diario.

IOSU DE LA TORRE

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Felipe de Borbón y Letizia Ortiz fortalecieron su unión bajo la tormenta. Todo un símbolo sellado con ese beso casto y tímido, de bajo voltaje, que se dieron en el balcón que da a la plaza de Oriente. Contra los supersticiosos y los pájaros de mal agüero, los recién casados contemplaron el día de su boda como la consolidación de su simbiosis. El chaparrón reventó el paseo de la novia camino del altar, desde el palacio hasta la catedral. Los truenos retumbaron en el templo. El público de la calle buscó refugio donde pudo. Felipe y Letizia, pese a lo gélido de la ceremonia y al miedo en el cuerpo, ahuyentaron los malos espíritus, contuvieron la desazón y juntaron las manos convencidos de que el cielo se despejaría tras el maldito aguacero. Y así fue. La familia real se temía lo peor en tan señalado día. Y no por la amenaza del terror, 71 días después de los atentados del 11-M. Los Borbón y los Ortiz amanecieron con los ojos fijos en el cielo. Cruzaron los dedos, se relajaron cuando supieron que los invitados iban llegando sin necesidad de abrir paraguas y compusieron el cortejo del Príncipe. Eran las 10.20 horas cuando la reina Sofía reclamó protección al ver que la lluvia amenazaba con arruinar la marcha y el atuendo. La novia lo tuvo peor y acabó cubriendo el recorrido dentro de un Rolls-Royce.

LA DISTRIBUCIÓN DE LOS INVITADOS a la boda ofrecía una radiografía no del todo nítida de la España plural. En lo civil, un ramillete variado de matrimonios de toda la vida (los González, los Calvo-Sotelo y los Aznar), solteros eternos (Miguel Bosé, Gregorio Peces-Barba, Antonio Gala), viudos (Fraga Iribarne), divorciados (Rodrigo Rato, Trinidad Jiménez) y divorciados reajuntados (Muñoz Molina y Elvira Lindo). Todo muy moderno y de acuerdo con los tiempos. Sin embargo, para completar el cuadro, faltó la actual esposa del divorciado padre de Letizia Ortiz, que optó por no asistir para no restar protagonismo a la madre de la novia, y no alterar las leyes del protocolo.

Almodóvar, de paseo. ¿Así es España? Podrían preguntárselo a Pedro Almodóvar que, ajeno a cuanto ocurría en el corazón de Madrid, paseaba por las calles del barrio de Salamanca resguardado de la tormenta bajo un paraguas multicolor. El director de cine, que días atrás se había lamentado de que no le habían invitado a la boda del año, o del siglo, ni se molestó en encender el televisor aunque fuera simplemente como trabajo sociológico o toma de apuntes de la elegancia que encarnaban los abuelos maternos de Letizia Ortiz.

Radiografía política en misa. Sin perder la radiografía del país, en lo político hubo de todo. Presidentes autonómicos, incluido el vasco Juan José Ibarretxe. El Gobierno en pleno, con José Luis Rodríguez Zapatero al frente, y el anterior, disperso entre los queridos amigos de Mariano Rajoy y el aire vetusto de José María Aznar, recién aterrizado de su visita al amigo americano.

La sombra de Aznar es alargada. La coincidencia de la boda del Príncipe con el primer día sin tropas españolas en Irak se subrayó, además, con la pobre representación estadounidense en el Palacio Real. El Gobierno de Bush se conformó con el embajador en Madrid. Algún cronista recordó que la boda de la hija del expresidente en El Escorial

reunió más representación diplomática. Entonces se desconocía que un juez, Baltasar Garzón, investigarían hasta su cadena perpetua la trama corrupta de Gürtel, formada por muchos de los invitados a la unión de los Agag-Aznar.

En la de la Almudena hubo ausencias notables, que no tienen que ver con el bloque del imperio, las de la mayoría de los presidentes latinoamericanos. ¿Por qué se invitó al baloncestista Pau Gasol, el pentacampeón Miguel Induráin y el astronauta Pedro Duque? Probablemente porque son tan ejemplares embajadores de España en el mundo como el propio rey Juan Carlos y son premios Príncipe de Asturias. Aún hoy siguen siendo símbolo de la manoseada marca España.

El sermón de Rouco Varela. Cuando se asiste a un rito católico presidido por el cardenal Rouco Varela nadie debería escandalizarse por el contenido de su discurso. Es lo que hay y lo que hemos aguantado hasta su reciente jubilación. Los novios sí tuvieron temple para escucharlo antes de ponerse a temblar. «No tengan miedo ante las exigencias extraordinarias que van a tener por la responsabilidad histórica que les toca asumir como matrimonio y familia del heredero de la Corona», les advirtió. Si tomaron nota de todas las recomendaciones del arzobispo de Madrid y se propusieron cumplirlas, les aguardaba una vida muy dura, plena de sacrificios. Suerte de las infantitas alumbradas por mamá Letizia en esta década atropellada por una cacería de elefantes.

En el aire quedó una pregunta que quizá ahora componga un respuesta sólida:  ¿Se sigue siendo periodista al retirarse, como los toreros al cortarse la coleta? Probablemente sí. Aquel sábado tormentoso a casi nadie le pasó por alto que bajo el traje de Pertegaz y, más adentro, calado en su frágil esqueleto, aún no había olvidado el oficio. Los ojos escrutadores, nerviosos, de la novia mientras duró la ceremonia lo observaban todo. La ansiedad del Príncipe, el relajo del arzobispo y las travesuras de Froilán vestido de paje zarandeando a sus primitos, preámbulo del enmascarado de discoteca ligero de armas como el abuelito. Letizia se estremeció cuando en la catedral se escuchó el retumbo de la tormenta. Algunos de los rasgos más fuertes de su carácter (perfeccionista, exigente, detallista) quedaron atrapados por las cámaras. Nos quedamos sin saborear la crónica de su propia boda de la periodista que compartió pantalla con Alfredo Urdaci. (Cí,Cí). Quizá haya relatado a sus hijas los momentos de emoción contenida, la timidez y los muchos nervios, entallados bajo el traje de Pertegaz.

Se calculaba que al menos un millón y medio de madrileños se echarían a la calle. La lluvia, como las estrechísimas medidas de seguridad, destempló los ánimos. La frialdad de la ceremonia de la Almudena tuvo su continuación por la Gran Vía, Cibeles y Atocha. Una boda de Estado es como un gran clásico del fútbol, es mejor seguirla por televisión. Y esos cientos de miles que se quedaron en casa integraron una audiencia potencial televisiva de 1.200 millones (en todo el mundo).

Los que pudieron superar el temporal a base de entusiasmo también fueron solidarios. Como los recién casados, que quisieron rendir homenaje a los 192 muertos por los atentados del 11 de marzo. Medio millar de personas aguantaron junto al Bosque de los Ausentes para poder ver unos instantes a Felipe y Letizia camino del nuevo encuentro con el severo arzobispo y los concejales de Madrid. Se masticó cierta frustración entre los peregrinos por tan efímero paso. Suerte tuvieron de la expedición asturiana que ocupó Atocha con sus gaitas. Quizá los sones aplacaron los rugidos de la tormenta y el cielo se abrió justo cuando la comitiva aparcaba en palacio. En un país de ciudades y ciudadanos, y no de súbditos ni lacayos y mucho menos de plebeyos, también hubo sitio para los republicanos. El Himno de Riego se escuchó en Madrid, Barcelona y Asturias.

sin baile por el 11-M. Al banquete debían acudir 1.600 invitados, aunque Ernesto de Hannóver, marido de la princesa Carolina de Mónaco, se retrasó y llegó en el momento del brindis. El expresidente sudafricano Nelson Mandela tampoco estuvo en la comida. En contra de la tradición, no hubo baile. Se sabía tras los atentados del 11-M; una señal de duelo por las víctimas. Así que el banquete concluyó alrededor de las seis de la tarde con el consabido besamanos de despedida. Los Reyes, felices tras casar al heredero de la Corona, se refugiaron en el palacio de la Zarzuela. Felipe y Letizia viajaron de luna de miel tan unidos como estuvieron en el mediodía tormentoso en el que sellaron su unión.