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Manel Prat, en el ojo del huracán

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ANTONIO BAQUERO
BARCELONA

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Manel Prat ha logrado un nuevo hito: es el primer director general de la Policia de la Generalitat con personaje propio en Polònia. El jueves, el actor Ivan Labanda recreó al polémico político en un gag sobre la agresión sufrida por el líder del PSC, Pere Navarro, inspirado en la película Sospechosos habituales. No obstante, su estreno en Polònia es una preocupación muy menor para Prat, pues el programa satírico de TV-3 no prestó la menor mención al auténtico huracán en cuyo ojo se encuentra el director de los Mossos.

El clamor de la oposición y de entidades sociales y ciudadanas que reclaman la dimisión de Prat tiene su origen en que este ha quebrantado el compromiso público que adquirió en una entrevista con EL PERIÓDICO, en la que anunció que renunciaría si aparecía una prueba de que la mutilación ocular que sufrió Ester Quintana en la huelga general del 14 de noviembre del 2012 fue causada por una bala de goma disparada por los Mossos.

Prat hace meses que vive sobre el alambre, sostenido solo por la confianza que en él tiene el president, Artur Mas. Eso ya le salvó de la destitución meses atrás, tras su insostenible gestión del escándalo de  la muerte del vecino del Raval Juan Andrés Benítez al ser violentamente detenido por los Mossos.

En Catalunya, sea quien sea el conseller de Interior, el director general de la policía es siempre un hombre del presidente. Lo es Prat con Mas, su jefe en el partido (Convergència), además de en el Gobierno y con quien despacha más a menudo que con el propio conseller, Ramon Espadaler, encuadrado en las filas de Unió. Lo mismo hacía Joan Delort con José Montilla, dejando al conseller Joan Saura en fuera de juego. «Mas va a hacer lo imposible por evitar el cese de Prat. Está convencido de que con la fecha de la consulta cada vez más cerca, necesitará que los Mossos jueguen un papel clave y quiere que al frente de ellos esté alguien no solo de su partido, si no de su confianza personal», apuntan fuentes convergentes. Y Prat lo es.

Nacido en Córdoba hace 40 años y criado en Olot, Prat saltó con 29 años a la Conselleria de Política Territorial como jefe de gabinete del entonces conseller y dirigente de CDC Felip Puig. En el 2010, pese a su total falta de experiencia en seguridad, Puig se lo llevó a Interior como director de la policía, cargo al que accedió con  ideas propias, algunas de ellas un tanto particulares.

Así, cuando constató la pésima relación existente entre los comisarios de los Mossos, Prat decidió contratar los servicios de una consultoría especializada en «ayudar a organizaciones y líderes conscientes a mejorar la energía de sus equipos considerando la empresa como un sistema vivo», según consta en la web de esa compañía. Con el objetivo de hacer que los «equipos se alineen hacia una visión común», esos técnicos organizaron actividades con los comisarios. Una de ellas dejó estupefactos a los jefes policiales: consistió en que estos se fundieran unos con otros en cálidos abrazos.

Otros proyectos han sido menos extemporáneos. Ha reorganizado la estructura del cuerpo; ha rebautizado el cargo del jefe policial del cuerpo, creando el puesto de comisario jefe para reemplazar al poco glamuroso de subdirector operativo; ha introducido nuevas técnicas en los antidisturbios, incorporando el cañón de agua, el gas pimienta o el cañón de sonido.

Prat siempre dejó bien claro a los mandos de los Mossos que quien manda es él. Un comisario explica que en la preparación del dispositivo antidisturbios de una huelga general, Prat, pese a no tener conocimientos en orden público, decidió dónde se debían colocar las furgonetas. Cuando los mandos le hicieron saber sus discrepancias, respondió que se haría como él ordenase.

Con el relevo de Puig por Espadaler, el poder de Prat languideció. Ya tenía plomo en las alas tras varias polémicas. La primera, el desastroso desalojo de los indignados de la plaza de Catalunya, en mayo del 2011. La segunda, la mutilación de Quintana y el rosario de versiones oficiales falsas. Solo Prat sobrevivió a este escándalo: el comisario de los antidisturbios Sergi Pla fue destituido por ocultar un informe y Puig cambió al poco de cartera. Pero a Prat no le salió gratis: el resto de mandos no le perdona el sacrificio de Pla.  La tercera, la muerte violenta de Benítez.