Gente corriente

Magda Pla: «Resucitamos muñecas del baúl de las abuelas»

Quería ser enfermera, y lo acabó siendo, aunque de muñecas. Suya es la Policlínica de Bebés de Les Galeries Maldà.

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CARME ESCALES

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Recrear la vida de los mayores a través del juego, con sets infantiles de maquillaje, comprando fincas en el Monopoly, simulando pilotar un coche de carreras o metiendo goles en el Camp Nou, añade, en la historia de las muñecas, un vínculo afectivo. Biberón, pañales, lloros o gateo han hecho este artículo de divertimento cada vez más similar a las personas. Muchas muñecas o el recuerdo imborrable de alguna de ellas permanecen en muchos de los hogares a los que llegaron tal día como ayer. Y Magda Pla (Barcelona, 1953) vive de ello. Es cirujana, enfermera y modista de muñecas y peluches.

-¿Qué patologías suele atender más?

-Hay un poco de todo, muchas piernas, brazos y ojos extraviados, y cuerpos de trapo descosidos y vacíos. También me traen decapitados y muchas cabezas sin pelo. Algunas muñecas llegan con cinta aislante y sucias, tal cual las dejaron quienes jugaron con ellas quizá hace más de 30 años.

-¿Les da también un baño, entonces?

-Sí, aunque más de una vez he encontrado a alguna clienta que me pide por favor que no la limpie, porque prefiere mantener el olor que ha guardado la muñeca.

-¿Son mujeres la mayoría de sus clientes?

-Mujeres y, la mayoría de las veces, abuelas. Aquí resucitamos muñecas del baúl de las abuelas. Son ellas quienes las han guardado, como recuerdo, en sus casas, y ahora hacen jugar a las nietas con las muñecas de sus madres. En nuestra tienda hemos atendido ya a cinco generaciones: madres e hijas a las que atendió mi madre, y las hijas, nietas y bisnietas suyas, que ya he atendido yo.

-¿Fue su madre quien inició el negocio?

-Sí. Ella trabajaba en una zapatería, en estas mismas galerías, donde hoy está la tienda de Prenatal. Mi madre le subió a casa a la marquesa de Maldà los zapatos con los que fue a la boda de la duquesa de Alba. Y en 1946 mamá decidió abrir su propio negocio. Un tío suyo le dejó las 25.000 pesetas que costó el traspaso de un pequeño local, donde empezó a reparar muñecas.

-¿Y en todos estos años han notado un descenso de la afición a las muñecas?

-La muñeca no ha desaparecido nunca como juego. De las consolas también se cansan las criaturas. Han bajado todos los negocios en general, porque hoy hay muchas opciones para ir a comprar. Antes, los sábados eran aquí en el centro de Barcelona la comarca nos visita, venía gente desde Manresa, Girona, de todas partes. Ahora más bien son los turistas los que nos buscan a quienes hacemos algo diferente. «Mango o Zara ya los tenemos en nuestra ciudad, buscamos cosas originales», dicen.

-¿Tiene, pues, clientes de otros países?

-Sí. Nos encuentran por internet y cuando vienen de vacaciones nos traen muñecas o peluches para reparar. Hay unos italianos que veranean en Mallorca y me avisan cuando están de camino a Barcelona con el barco de Trasmediterránea.

-Cada muñeca que entra en su tienda, trae una historia con ella...

-Las muñecas han formado parte de las familias, desde las más caras, como la Mariquita Pérez -entre 500 y 800 euros nueva, o unos 300 de segunda mano-, hasta las de 20 euros o menos. He visto llorar a gente al venir a dejar aquí su muñeca a reparar y emocionarse al recuperarla arreglada.

-¿Usted también tuvo muñeca favorita?

-Uy, en casa del herrero, cuchillo de palo. Mis muñecas servían para reparar otras. Cuando faltaba un ojo o un brazo, venga, la de la nena... Solo he tenido un muñeco, grande, con la cabeza de porcelana más grande que la mía, y que aún conservo. Se lo compró mi madre, por cien pesetas, a una señora que no podía tener hijos. No tiene ni nombre. En verano le pongo una bata, y en invierno, un vestido de lana. Y en momentos tristes he llorado junto a él.