CIENCIA

Londres reivindica a Darwin en pleno acoso de los creacionistas

Una muestra rinde tributo al científico a los 200 años del nacimiento

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BEGOÑA ARCE
LONDRES

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Charles Darwin, el científico que desterró el papel divino en la creación del hombre, fue un revolucionario a la fuerza. Consciente de la conmoción y trascendencia de su descubrimiento, Darwin se resistió durante dos décadas a dar a conocer sus controvertidos hallazgos. Durante ese tiempo, solo un puñado de amigos estuvo al corriente de su tesis sobre la evolución y selección natural de las especies. "Era como confesar un crimen", declararía el naturalista, cuya teoría, bien probada, sigue siendo objeto de una polémica, atizada por los creacionistas. La exposición que se acaba de inaugurar en Museo de Ciencias Naturales de Londres ofrece, hasta mediados de abril, un recorrido bien documentado de la vida y la obra de Darwin justo cuando se cumplen 200 años de su nacimiento.

Hijo de un doctor, el joven estudiante había pasado por la facultad de Medicina de la Universidad de Edimburgo y por la de Teología de Cambridge. El investigador, cuyos trabajos le crearían serios conflictos religiosos, iba entonces para clérigo, pero un viaje cambió su vida y el curso de la ciencia. Con 23 años, apasionado de la geología y la biología, Darwin recibió la oferta de embarcarse, sin sueldo, en el Beagle, uno de los buques insignias de la Royal Navy. Durante cinco años recorrió muchos lugares del mundo, entre ellos las islas Galápagos, y fue recogiendo muestras de animales, plantas y fósiles desconocidos.

LA BASE DE LA TEORÍA

Sus anotaciones serían la base posterior de su teoría de las especies. Ya en Londres descubrió a Jenny, el primer orangután llegado al zoo de la capital. Darwin se percató, observando a Jenny, de que se parecía mucho a sus propios hijos pequeños. "Se tira al suelo de espaldas, patalea y grita como un niño malo", escribió. "Los monos hicieron al hombre". Aquella afirmación era un ultraje para la mayoría de sus contemporáneos, que consideraban a Dios como el gran creador del universo.

Darwin, casado con una prima hermana, llevaba una vida apacible en su casa en la campiña de Kent y no quería exponerse al ridículo y las críticas de la sociedad. Esperó cuanto pudo, pero finalmente en 1859, cuando se publicó su libro El origen de las especies, el estruendo fue enorme. La obra suscitó un debate, en el que participaron políticos, gentes de la Iglesia, científicos y el hombre de la calle. A la gente le apasionó el descubrimiento y el libro fue un auténtico superventas, agotándose en pocas horas la primera edición.

Darwin moriría cubierto de honores, como muestra el que, a pesar de su agnosticismo, su funeral se celebrara nada menos que en la abadía de Westminster. La exposición subraya cómo, un siglo y medio después, las teorías de Darwin son "la única, simple y científica explicación de la diversidad de la vida en la Tierra". Una teoría comprobable y, por tanto, científica. "El creacionismo", afirma la botánica Sandy Knapp, "no es comprobable, por lo que no es ciencia". "Lo que es comprobable --añade-- debe enseñarse en las clases de ciencias y lo que es fe, en las clases de religión".