CUMBRE DEL CLIMA

Al principio fue París

Emisiones de efecto invernadero 8 Una central térmica de carbón en la ciudad china de Datong.

Emisiones de efecto invernadero 8 Una central térmica de carbón en la ciudad china de Datong. / REUTERS / JASON LEE

ANTONIO MADRIDEJOS / BARCELONA

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Todos los países, o casi todos, han manifestado su deseo de que las temperaturas mundiales no asciendan más de dos grados con respecto a los valores preindustriales, que es el umbral simbólico que separa lo asumible del desastre económico y ambiental, pero lo cierto es que las propuestas de acción presentadas hasta la fecha, que deberían aprobarse en la próxima cumbre del clima de París, no lo evitarán.

Es más, buena parte de las potencias, incluyendo China, la India, Brasil o Japón, siguen sin concretar una propuesta para reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero. Será necesario algo más que el impulso moral del Papa, aunque ayer el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, saludó la encíclica porque exhorta, según dijo, a que los gobiernos «coloquen el interés general por delante de los intereses nacionales».

Mientras, el hiato o pausa en el aumento de las temperaturas ha desaparecido -si es que alguna vez existió-, y nuevos informes advierten del riesgo de una aceleración del problema. Sin ir más lejos, el mes pasado fue el mayo más cálido en el conjunto del planeta desde que se iniciaron los registros globales a finales del siglo XIX. Y la abundancia en la atmósfera de CO2, principal gas de efecto invernadero, superó por primera la barrera simbólica mensual de las 400 partes por millón.

Que nadie piense que en la esperada conferencia de París, que se inaugurará el 30 de noviembre, se aprobará un plan de acción que frene por completo el calentamiento de origen antrópico. Pero tampoco fracasará. Será «el principio del camino y no el final», en palabras del secretario español de Estado de Medio Ambiente, Federico RamosChristiana Figueres, secretaria de la Convención Marco de la ONU sobre el Cambio Climático (UNFCCC), ha asumido que el resultado final se quedará corto, pero confía al mismo tiempo en que la presión pública aliente un cambio industrial hacia una economía descarbonizada.

Soberanía nacional

Una de las grandes dificultades radica justamente en las expectativas: a diferencia de lo que sucedió en Kioto en 1997, cuando solo 37 países se comprometieron a cumplir unos objetivos, París aspira a sumar a todos o, como mínimo, a las potencias en desarrollo. China y Estados Unidos, que entre ambos totalizan la mitad de las emisiones mundiales, son reacios o descaradamente contrarios a que un acuerdo amparado por la ONU les imponga unos objetivos, por lo que se da por hecho que el acuerdo incluirá alguna fórmula legal para que se pueda ratificar sin ser vinculante (obligatorio con sanciones), sino solo voluntario. Por si fuera poco, los acuerdos no entrarían en vigor hasta el 2020, de la misma manera que el protocolo de Kioto no lo hizo hasta el 2005. Y el tiempo corre.

Todo ello, sin embargo, no significa que escaseen los progresos. EEUU llegó a su pico de emisiones en el 2007 y ahora, pese a los progresos del fracking, la Administración de Obama ha presentado un proyecto para reducirlas un 28% en el 2025 con respecto al 2005. Rusia, con gran parte del trabajo ya hecho por culpa de la crisis de su industria pesada, ofrece un 25%-30% en el 2030 con respecto a 1990. Y la UE, abanderada de la transición verde, se ha comprometido a un 40% en el 2030 con respecto a 1990, con una cota de energías renovables de al menos el 28%.