ANIVErSArIO dE UNA OENEGÉ dE rEFErENCIA

Cáritas de BCN 70 años al lado de las personas

Trabajadores y voluntarios ayudan cada día a miles de ciudadanos pobres desde una entidad que ha evolucionado al tiempo que la sociedad y que siempre ha tenido en cuenta la promoción de la autonomía de las personas.

INSERCIÓN LABORAL. Alumnos de la Fundació Formació i Treball, de Cáritas, en un curso de cocina celebrado en Sant Adrià de Besòs el pasado año.

INSERCIÓN LABORAL. Alumnos de la Fundació Formació i Treball, de Cáritas, en un curso de cocina celebrado en Sant Adrià de Besòs el pasado año.

ROSA MARI
SANZ

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

La exclusión extrema, la pobreza infantil, la falta de vivienda y el desempleo. Son los principales ejes de la labor de Cáritas de Barcelona en estos últimos años marcados por una crisis que ha llevado a la entidad a vivir el momento más desbordado de su historia y a tener que multiplicar los recursos para intentar sujetar a tantas familias a las que la Administración no da respuesta. Y fueron también los pilares en los que sustentaba su labor social cuando nació esta oenegé pionera en afrontar las carencias de los barrios de Barcelona.

Han pasado siete décadas desde entonces y la pobreza ha ido cambiando de foto, pero la manera de ayudar desde la organización se ha mantenido intacta: lejos del asistencialismo puro y duro, en la esencia de Cáritas siempre ha estado el acompañamiento hacia la inclusión de las personas, la recuperación de su dignidad y la denuncia social. Lo subraya la trabajadora más veterana de esta entidad, Montse Padilla, testigo directo durante los últimos 46 años de los cambios y de la adaptación de Cáritas a las nuevas realidades gracias al trabajo de los profesionales y de los voluntarios implicados en esta organización de la Iglesia católica.

ACOMPAÑAMIENTO / «Desde siempre, Cáritas ha tenido el tesón por ayudar no solo económicamente o con productos de primera necesidad a las personas desfavorecidas, sino también con formación y, sobre todo, con acompañamiento constante», incide Padilla, quien enumera como acciones sociales que vivió ya por los años 60 el impulso de guarderías para acoger a hijos de inmigrantes, el apoyo que brindó en temas de vivienda en la época del barraquismo, el refuerzo de cursos de formación durante las crisis de los 80…

«Cáritas busca ante todo ayuda promocionando a la persona», destaca esta mujer que tuvo su primer contacto con la entidad cuando tenía solo 14 años. Entonces, acudía voluntariamente algún fin de semana a la sede en la plaza Nova para mecanografiar cartas que se enviaban a los ciudadanos (al azar, sacando las direcciones del listín de teléfonos) para pedirles ayuda económica. Dos años más tarde se vinculaba laboralmente a una organización que entre las diócesis de Barcelona, Sant Feliu y Terrassa (el pasado febrero las tres se independizaron) cuenta con 160 empleados y 4.500 voluntarios.

CAMBIO DE PERFIL / Actualmente Padilla está al frente de la administración de una asociación que el año pasado tuvo un presupuesto de unos 19,5 millones (el 90% de ellos procedente de fuentes privadas) para intentar dar respuesta a las necesidades de las aproximadamente 60.000 personas a las que atendió, una cifra que no ha hecho más que crecer de manera dramática en los últimos tiempos. Sin ir más lejos, en el 2006, fueron 25.000 los atendidos, y a diferencia de ahora, cuando la mayoría de los que acuden son personas nacidas en España, entonces ocho de cada 10 era inmigrante. Y no había llegado la crisis del ladrillo, que empobrecería aún más a muchos foráneos con muy poco colchón económico y social.

Por entonces, recuerda Juana Martín, trabajadora social y responsable de Migración en los años del último boom de llegadas de extranjeros y ahora adjunta a dirección, la oenegé ya tenía un programa especifico para atender a la inmigración. Pero hasta 1995, todas las personas entraban por la misma puerta, cuando las necesidades y las carencias eran muy diferentes, ya que una gran parte desconocía incluso el idioma. «En los 70 vivimos las llegadas de marroquís y filipinas que venían a trabajar, y ya a finales y principios de los 80 hubo entradas masivas de subsaharianos que estaban de paso como entrada a Europa, sin el ánimo de quedarse porque no teníamos nada que ofrecer, y que vivían principalmente trabajando en el Maresme», rememora Martín, que lleva unas tres décadas con Cáritas. A partir de las regularizaciones del 91 y del 96, el trabajo de la organización con los inmigrantes, recuerda Martín, se fue intensificando y no dejó de ir en aumento hasta hace unos cinco o seis años, cuando la crisis ha ido fue dando  la vuelta a la tortilla poniendo en primer lugar de atendidos al colectivo de ciudadanos españoles.

DIGNIDAD Y FRACASO / «Actualmente es mucho peor, hace unas décadas la inmigración tenía mucha dignidad y la gente sabía por qué se había ido de su país. En el 2000 las personas venían de la noche a la mañana y no sabían ni por qué. También nos lo creímos nosotros vendiendo que había trabajo. Ahora lo que ha quedado es una enorme sensación de fracaso», reflexiona. Y lo que es peor, subraya, es que en el ámbito laboral no se ha trabajado la integración, lo que reduce aún más a los foráneos las oportunidades, tan escasas de por sí.

El problema, entonces y ahora, con inmigración y sin ella, siempre ha pasado por el desempleo. Cáritas tiene desde el pasado otoño en cartera un potente programa para ayudar a buscar trabajo, Feina amb Cor, con el que aspira a facilitar el acceso a una ocupación a unas mil personas que llevan un largo periodo al margen del mercado laboral. Siendo novedad, no es novedosa la preocupación de la entidad en apoyar a ciudadanos en la inserción laboral, ya que hace más de 30 años que Cáritas de Barcelona impulsó programas de formación.

El panorama, sin embargo, ha cambiado mucho, subraya Àngels Valls, profesora de Esade y responsable, de Feina amb Cor, que implica a un equipo de unas 20 personas. «Hemos de cambiar la mirada hacia la persona que está en paro. Nunca culpabilizar. Se han de trabajar muchos aspectos, no todo el mundo sigue teniendo la misma capacidad de trabajar después de un tiempo desvinculada», comenta. Por ello, incide, es básica la orientación. De hecho, es el mejor punto de partida.

«Nuestro objetivo no es dar trabajo, es dar seguridad -dice Valls-. No queremos que las empresas que colaboran con Cáritas se limiten a darnos una ayuda social en forma de un puesto de trabajo, el grueso es el mercado laboral y lo que hemos de hacer es preparar y acompañar a esas personas desempleadas de nuevo a ese mundo y que sean ellas, por sí mismas, las que consigan un empleo». Porque sin empleo, en muchos casos, peligra la vivienda. Lo saben desde otro de los puntales de la oenegé: el programa de mediación de la vivienda, que nació hace dos años y medio de la mano de Carme Trilla, exsecretaria de Habitatge de la Generalitat, desde donde 15 expertos, técnicos y voluntario, ayuda a buscar soluciones justas renegociando contratos de alquiler con propietarios o hipotecas con entidades bancarias.

SOLIDARIDAD / La exclusión extrema, la pobreza infantil, la falta de vivienda y el desempleo han estado en el punto de mira de Cáritas desde sus orígenes, y en cada época la entidad se ha renovado para paliar las principales carencias con programas específicos. Lo ha hecho con un equipo de profesionales y un nutrido número de voluntarios que cada vez aportan más talento, experiencia profesional e incluso cartera de contactos para ayudar a los ciudadanos. «He conocido a muchos directores y todos han sido diferentes. Pero todos han tenido en común que han dado un paso adelante en la ayuda a las personas», subraya la veterana Padilla, feliz por poder conjugar su vida profesional con sus inquietudes de ayudar: «Soy asalariada y voluntaria. Es un privilegio».

El aniversario pilla a Cáritas de Barcelona en un delicado momento económico y social. «Antes estábamos más acostumbrados a tratar con personas que llegaban a la exclusión a título individual. Ahora esta crisis nos ha dejado el miedo de que somos humanos y frágiles. Esto quedará en la memoria colectiva», concluye Juana Martín. Seguramente también quedará, y no solo en la memoria, la solidaridad que ha evidenciado este derrumbe del capitalismo especulativo.