El Alzhéimer, la enfermedad cruel

Pe & Fu, Pepe y Fuencisla. Ella tiene alzhéimer, él es su devoto marido. Saca ánimos de donde no los tiene para seguir adelante. Confía en Dios y en la ciencia para que aparezca un remedio contra la enfermedad. Llevan 65 años juntos, viven en Segovia y su conmovedora historia es la de muchas familias que no merecen el olvido.

Víctimas ilustres como Adolfo Suárez y enfermos anónimos, todos ellos sin la memoria de sus vidas

MANUEL CAMPO VIDAL / FERNANDO UREÑA

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Llevan 65 años juntos. Una dictadura, seis presidentes democráticos y un 23-F. La llegada de la televisión, Uri Geller y sus cucharas, Dallas y Jota Erre, Un, dos, tres… responda otra vez. El hombre en la Luna, el turismo, Antonio Rebollo y su flecha, el teléfono móvil. Vietnam, la Marcha Verde y Perejil. La guerra fría y Bin Laden. Raphael, los Beatles y Michael Jackson. En resumen del bolerista Osvaldo Farrés, Toda una vida.

«Lo hemos pasado bien», afirma Pepe, que recuerda aquel primer beso a Fuencisla con la ilusión de un adolescente. «Fíjate lo que hay allí, le dije, y cuando se dio la vuelta se encontró con un beso mío en la mejilla», se ríe divertido por la audacia del robo. A partir de ahí el mundo transcurre y sus vidas también. Noviazgo, boda, luna de miel en Cádiz, hijos, primeras canas, nietos... 51 de casado y 14 de novios. Todo viaja por la retina de Pepe. A su lado, Fuencisla permanece inmóvil. La mirada perdida en algún punto desconocido. Misma vida, retina en blanco.

El dibujante Paco Roca resume el alzhéimer en una sola viñeta, la de la cubierta de su novela gráfica 'Arrugas'. Un hombre asoma la cabeza por la ventanilla de un tren y el aire se va llevando todas las fotos que guarda en el interior de su cerebro. Pepe, un hombre que camina por las laderas del otoño, recurre a una comparación aparentemente impropia de su edad. «Es el ordenador, como yo digo, que lo tiene averiado».

Cifras que asustan

Viento u ordenador, el final parece el mismo: un largo camino hacia el conjunto vacío. «Las cartas, ese es el pecado más grande que he tenido, romperlas», se lamenta Pepe como si esa maleta de correspondencia fuera un disco duro externo, una manera de mantener a salvo la memoria de su mujer. Ahora, Pepe, tantos años después, escribe un diario de su vida y asegura que ya no va a hacer la tontería de romperlo. «Ahí se queda, somos todos iguales».

La Asociación Nacional del Alzhéimer da un cifra que asusta: 800.000 casos de demencia en España. Es difícil saber cuántos están directamente relacionados con esta dolencia. Es difícil intuir, siquiera, si la cifra se acerca a los datos reales. El censo es solo una aproximación. Cálculo acertado o no, la realidad multiplica el daño. A los cientos de miles de enfermos directos hay que sumar el número de familiares y cuidadores que se enfrentan sin demasiados recursos a esta enfermedad degenerativa y, hasta la fecha, sin cura.

«Todo el día con ella, desde que me levanto hasta que me acuesto», dice un Pepe dedicado las 24 horas al cuidado de su mujer. Por las mañanas la asea, la viste y la acicala con cariño y meticulosidad. «Mi hija la peina toda lisa cuando viene los domingos y yo la cardo un poquito», protesta dando a su Fuencisla retoques de buen peluquero y acudiendo a la laca para asegurarse de que perdure el resultado. Luego le da el desayuno, la lleva en coche a comprar el pan y le prepara la comida. «Antes ni me asomaba a la cocina, y ahora no salgo», se sorprende este hombre antiguo reconvertido en hombre moderno que también friega, pone lavadoras y hace la compra. ¿Su secreto de cocinero? Buscar recetas en internet y luego darle su gusto personal. «Ya hago hasta el bacalao al pil pil», se jacta. «Lo único con lo que no he podido aún es la paella».

Un poco superhombre

Por las tardes ya no hay paseos ni esas películas que tanto les gustaban. Solo café y churros. Siempre en el mismo local, donde los tratan con cariño y les ofrecen una ayuda que Pepe rechaza con gratitud. Fuencisla debe esforzarse, si no cada día hará menos. Por la noche, cena y a la cama. «Duerme de maravilla», dice Pepe. Él, no tanto. Siempre atento a si Fuencisla se destapa y siempre acosado por preocupaciones, enemigo traicionero acostumbrado al ataque nocturno. El sueño, tan necesario pero tan huidizo, se escapa pronto y a las tres de la mañana Pepe ya reza el rosario y pide milagros. A las cuatro se levanta, escribe su diario y se prepara para otra jornada que promete dureza. Si hoy tampoco hay milagro será peor que la de ayer, pero mejor que la de mañana.

«Esto tiene que salir adelante», dice Pepe con ese aspecto pulcro propio de un Clark Kent al que le han pasado los años. Pero bajo esas gafas y esa ropa impoluta no hay traje de Superman. No hay músculos de acero ni superpoderes. No hay posibilidad de salir al espacio y girar el planeta para dar marcha atrás al tiempo y salvar a Lois Lane. Solo hay un cuerpo de un hombre de más de 70 años que saca fuerzas del único motor que le queda: su corazón.

Pepe nació en Segovia, no en Krypton, pero algo de superhombre sí tiene. Tanto que es capaz de frenar a la mismísima muerte. «Agárrate, el sueño que he tenido hace poco», dice mientras remueve la bechamel de las croquetas. Y cuenta cómo la muerte vino a buscarlo en carruaje y él tuvo que decir que no. Que aún no era la hora. «Por mí me da lo mismo, pero mi Fuencisla me necesita». Pero todo superhombre tiene su kryptonita y todo Aquiles su talón.

Y el de Pepe son esos ojos de Fuencisla en la nada. Es cuando los mira fijamente cuando Pepe pierde las fuerzas. «Si yo supiera algo de lo que piensa, o cómo es eso por dentro», rumia impotente antes de romperse. «El alzhéimer es una canallada», se quiebra al fin con rabia y con la elegancia de quien no recurre a palabras más fuertes. Canalla. Así insultan los hombres de honor. El atributo es certero. Eso es el alzhéimer. Una canallada. Y, entre lágrimas, Pepe pide consuelo a Dios y al hombre, apela a la clemencia divina y al desarrollo científico. «Que alguien cure esto, o por lo menos que lo alivie», ruega como un niño al que nadie socorre. «Hay gente que está sufriendo mucho».

 El flaqueo no es un lujo que se pueda permitir quien se acuesta y se levanta con el alzhéimer. Así que Pepe enjuga las lágrimas y vuelve a su aspecto de Clark Kent de pelo blanco y ojos enrojecidos pero con corazón indomable bajo la camisa. El motor ha detectado la emergencia y bombea con fuerza. Las venas reparten energía a todas las regiones de Pepe Muñoz. El púgil se levanta. «Yo lo llevo muy bien, ella me ayuda mucho», huye del victimismo y le agradece a Fuencisla cada esfuerzo por cooperar, cada día sin bandera blanca. Y donde antes había palabras de dolor ahora las hay de afecto: cielo, amor, ángel.

Siempre hay caricias y palabras de ánimo ante cada pequeño logro de Fuencisla. Y besos. Tan diferentes y tan parecidos a aquel primero de hace 65 años, en las afueras de Segovia, cuando Pepe estaba cautivado por sus piernecitas, su tipito y su genio. Cuando el año 2000 parecía tan lejano como el infinito, y el futuro eran coches voladores y jamás esta cruz.

Pero por el amor de Pepe no ha pasado el tiempo. En en el bolsillo de su pantalón lleva una cartera. Dentro de la cartera, su tarjeta de visita. Y en la tarjeta, la firma a mano que le ha acompañado toda la vida: Pe&Fu. Como si aún fuera un adolescente dispuesto a grabar a navaja su amor en el tronco de un árbol. En uno robusto. Que aguante sol y lluvia, primaveras y otoños, brisas y vendavales. Sequías y deshielos. Cambios climáticos y protocolos de Kioto. Ideologías pasadas y venideras, nuevos líderes y nuevos órdenes mundiales. O, como dice el bolero, Toda una vida.