LA GUERRA DE LAS PERSONAS

Pere Fortuny: "Lo que llegó tras la guerra fue una persecución"

PERE FORTUNY (Mollet, 1933). Hijo de Josep Fortuny, alcalde de Mollet fusilado y presidente de la Associació Pro-Memòria als Immolats per la Llibertat a Catalunya.

Pere Fortuny

Pere Fortuny / periodico

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La tarde del 15 de julio de 1939, el capellán Josep Casanovas se presentó en la casa de la familia Fortuny y dijo: «Esta tarde voy a hacer una gestión en relación a vuestro padre que vais a recordar toda la vida». Pere Fortuny, que tenía casi 6 años, explica que todos en casa se arrodillaron y besaron las manos del cura. Josep Fortuny, alcalde de Mollet entre 1937 y 1938, se había fugado del campo de Argelers y estaba esperando un indulto en La Modelo. La familia está convencida de que el párroco intercedió para evitarlo. A la mañana siguiente, Carme Velázquez se presentó en la cárcel y le dijeron que había sido ejecutado de madrugada. Su carta de despedida estaba cosida en el dobladillo de uno de los pantalones. "El cura solo vino a casa ese día para mofarse de nosotros. Evidentemente, nos acordaríamos de aquello toda la vida", explica su hijo.

Sus primeros recuerdos de la guerra civil son difusos, pero le devuelven una sensación general de intensidad, de vivir un momento histórico. "En casa se hablaba mucho de política. Mi padre me daba siempre muchas explicaciones para que tuviera ejemplo de lo que estaba bien y mi madre colaboraba con él. Le apoyó siempre", señala.

Josep Fortuny se había marchado a Barcelona a los 14 años para estudiar pastelería y allí trabó amistad con Francesc Macià, Lluís Companys y Trias de Bes. En 1931 entró en el primer consistorio republicano de Mollet y en 1934  fue encarcelado en Uruguay, que hacía las veces de prisión, por haber apoyado la proclamación del Estado Catalán. Pocos meses después de salir de prisión, con la victoria del Frente de Izquierdas en febrero de 1936, volvió al ayuntamiento como concejal de Gobernación. Y en 1937, después de la dimisión de Feliu Tura (abuelo de Montserrat Tura), asumió la alcaldía.

Su hijo recuerda que hizo muchos favores. "Mi padre le salvó la vida al cura, el mismo que después interfirió para que lo mataran, y lo refugió en Barcelona con dos hombres de su confianza", explica. La religión estaba perseguida, pero la abuela Fortuny, muy creyente, escondió a unas monjas en casa. Los recuerdos más vivos de Fortuny empiezan con la retirada hacia Francia, en un carro. "De vez en cuando nos decían que paráramos porque venían los aviones a bombardear y nos escondíamos debajo del carro. Ese miedo es algo que no se olvida. Cuando veo en televisión las imágenes de los refugiados sirios pienso que deben de sentirse como nosotros entonces", asegura.

El niño vio por última vez a su padre en la frontera. El político pensó que su familia estaría más segura si retrocedía hasta Mollet. Un camión del Ejército franquista recogió al pequeño Fortuny, a su hermana de 10 años y a su madre. Un oficial intentó violarla. "Afortunadamente, el chófer paró el coche y le dijo si no le daba vergüerza abusar de una mujer que tenía a su hijo pequeño en la falda", recuerda. La pesadilla siguió. La familia logró regresar a Mollet al cabo de unos meses, pero el rector Casanovas se había instalado en su casa y se había apropiado de todo. Los niños tuvieron que ser adoptados por su abuela, con el consentimiento de la madre, para evitar que los llevaran a un hospicio, y el párroco dio órdenes de que las tiendas no les vendieran comida. Los Fortuny tuvieron que empadronarse en Barcelona, en casa del abuelo materno, para que les hicieran llegar alimentos y tuvieron suerte de que algunos agricultores amigos tiraran patatas a escondidas por el patio trasero, de noche. "No recuerdo bien el inicio de la guerra, pero sí lo que vino después. Fue una persecución constante".