Las claves españolas del 28-N

¿Y si nadie gana?

Excepto si vence con comodidad, todo resultado será un problema y un dilema para CiU en Madrid

¿Y si nadie gana?_MEDIA_2

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ANTÓN LOSADA

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Como todo en la vida, el éxito o fracaso en unas elecciones es más una cuestión de expectativas que de comparativas respecto de resultados anteriores. Aunque en la noche electoral todos bailen de un criterio a otro según les convenga, el que de verdad importa se refiere a la cosecha de votos aguardada, no a la recogida cuatro años atrás. Lanzada la campaña y con los primeros sondeos en la mano, Convergència i Unió compite contra sí misma; los socialistas, para evitar su particular El Álamo; los otros, para ser socios del tripartito y no morir en el intento, y el PP, para habilitarse de una vez como alternativa inexorable al zapaterismo.

Para proclamarse ganadores como esperan, CiU debería conseguir una mayoría suficiente para gobernar en solitario; los socialistas, poder argumentar que se perdió la Generalitat por el derrumbe de sus aliados; los socios, poder culpar alpresidentMontilla, y los populares, hacer creíble que, en unos comicios estatales, sumarían los votos imprescindibles para gobernar en España. La demoscopia dice hoy que tal ecuación puede acontecer. Sería el primer acto de un melodrama tan anunciado por muchos como deseado por otros. El segundo episodio lo escribirían unas municipales y autonómicas donde los populares confirmarían su estrella de vencedores inevitables, los socialistas seguirían empaquetando sus cosas para abandonar el poder y los nacionalistas apostarían para ser decisivos. Pero las mismas encuestas permiten sostener también que incluso tanto o más probable resulta otro escenario, donde nadie satisface sus expectativas, lo que obligaría a los principales actores de nuestra sufrida política a aprenderse nuevos diálogos y ensayar nuevas escenas, como parte de un guión aún a medio escribir y con un final abierto.

Todos los resultados probables son malos para los socialistas. Un desplome en votos y escaños dejaría al presidenteZapaterotocado e inerme, al haber jugado ya la carta de un cambio de Gobierno contundente. Aguantar lo suficiente reabriría el inquietante dilema de reeditar o no el tripartito. Caer lo justo y endosar a otros la restauración convergente es el mal menor. Tanto por evitar el engorro interno de otro tripartito como porque habilitaría un escenario lleno de posibilidades en la política estatal. Todo volvería a ser posible. Desde la perspectiva de pactar con el PNV en Madrid y dejar gobernar a CiU hasta la opción de atender la demanda de coaliciones de gobierno transversales, tan mayoritaria entre vascos y catalanes. Sea cual fuere la elección, en todas yace un elemento común: el malo siempre es, o cuando menos lo parece, el PP. Por eso siempre acaba solo.

La derecha deMariano Rajoyparece convencida, por fin, de que el carpetovetónico discurso delCatalunya nos mataya no renta, ni siquiera a corto plazo. Su mensaje se orienta ahora más hacia distinguir a Catalunya como lo más moderno y europeo que tenemos. De ahí su importación, un tanto forzada, del inflamable discurso de la derecha europea que usa como eje la mano dura contra la inmigración. Para ganar, al PP solo le vale subir de manera clara en votos y escaños. Repetir resultados daría oxígeno aZapatero. El crecimiento en Catalunya se ha comprobado indispensable para ganar en votos a los socialistas en unas generales. Además, necesita crecer para condicionar el hipotético futuro deArtur Mas al frente de la Generalitat y espantar su aparente soledad. Los populares precisan despejar dos dudas que afectan a su credibilidad como alternativa mientras apuntalan las opciones de recuperación del rival. La primera nace de la constatada incapacidad del PP para sumar otros votos que no sean aquellos que ya son suyos, especialmente ese votante moderado o con visiones más plurales del Estado. La segunda incertidumbre la conforman sus dificultades extremas para encontrar socios que no le nieguen a diario tras un previsible triunfo sin mayoría absoluta.

Salvo una mayoría cómoda para mandar en solitario, cualquier resultado supone un problema y un dilema para Convergència. O escoger el desgaste que supone andar en tratos con unZapateroen sus horas más sombrías, donde parece convertir en desdicha todo lo que toca, o elegir volver a empezar el calvario que supuso el desgaste traído por el pacto conAznar, una maldición que consumió dos elecciones conjurar. Puede que el concepto de geometría variable que tanto éxito y críticas ha cosechado en Madrid esté a punto de arrancar una nueva temporada en Barcelona, con más revuelo y jolgorio incluso.

Pero entre todas las paradojas, ninguna tan cruel como la que pueden acabar soportando ICV y ERC. Empujados a la irrelevancia política en Catalunya y Madrid si no conservan sus lindes actuales, padecerían la ironía de ver cómo la derecha española y el nacionalismo conservador recogen, sin gran esfuerzo, los frutos de su esforzado desmarque del Gobierno deZapateroen el Estatut o las políticas de ajuste. Pasen y vean lo que queda de campaña para comprobar quién gana y no olviden la máxima deBismarck: nunca se miente tanto como antes de las elecciones, durante la guerra y después de una cacería. Periodista.