El músculo de Rota

La base naval gaditana es el principal motor económico y sustento de muchas familias desde que los americanos se instalaron hace 60 años

Francisco Franco recibe a Dwight D. Eisenhower, en diciembre de 1959.

Francisco Franco recibe a Dwight D. Eisenhower, en diciembre de 1959. / periodico

JULIA CAMACHO / SEVILLA

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Dicen algunos que en Rota (Cádiz) hay “muchos campanarios y pocas chimeneas”. Una forma de expresar el valor que la base naval tiene para este pequeño municipio de la bahía gaditana, comarca azotada por el paro, con pocas industrias que se han acabado marchando y donde el maná norteamericano “sacó a mucha gente del hambre” al llegar en los años 60.

La base es un recinto cogestionado por España y EEUU, aunque bajo mando español. "Aquí la bandera norteamericana solo ondea el 4 de julio", ironizan algunos trabajadores. Se estima que la actividad de la base, que ocupa 2.300 hectáreas del municipio (cerca de un 25% del término municipal), tiene un impacto directo e indirecto de 600 millones de euros. Muchos militares viven en el recinto, ciudad típica del ‘american way of life’, con sus propias boleras, hamburgueserías y cines, pero la inmensa mayoría prefiere instalarse con sus familias en el pueblo e integrarse con los cerca de 30.000 vecinos censados. Así ocurrió desde que hace 63 años Dwight D. Eisenhower y Francisco Franco firmaron el convenio de uso compartido de las instalaciones militares y las huertas (que abarrotaban las afueras del pueblo) dieron paso a los uniformes, los portaviones o los destructores que forman parte del escudo antimisiles de la OTAN instalado allí.

AURA DE COSMOPOLITISMO

La mezcla enriqueció la convivencia, y dotó al pueblo de un aura de cosmopolitismo que aún perdura, subraya el alcalde, Javier Ruiz Arana (PSOE). El presidente de la Asociación de Empresarios, Comeciantes e Industriales de Rota (Aeciro), Juan Alberto Izquierdo, rememora que en muchos pequeños comercios tuvieron que aprender inglés para atender a esos nuevos vecinos, que con sus sueldos altos y sus ganas de gastar en un pueblo donde todo les parecía regalado dinamizaron el tejido comercial de la ciudad, que en la actualidad tiene un 30% de paro.

Aún hoy, la atención a los americanos sigue siendo un negocio para muchos vecinos, a los que les sale a cuenta cederles en alquiler sus casas y alojarse en otras más modestas. Gastan en taxis, comercios, hoteles y restaurantes. También han proliferado las promociones adaptadas al gusto de los recién llegados, con espacios diáfanos, jardín delantero y espacio para el coche. Hay incluso una agencia oficial del alquiler, Housing, que gestiona un parque de 1.500 viviendas, de las que más de 900 están ya alquiladas a precios más elevados que la media: unos 1.200 euros. Haciendo cuentas, solo por esta vía se mueven 1,2 millones de euros mensuales.

“Se adaptan más ellos a nosotros que al revés”, señala el alcalde. Aunque en la base hay hospital y colegio, los norteamericanos –unos 4.000 militares y 300 civiles más sus familias, cifras similares a las del contingente español-- tienen convenio para usar la asistencia sanitaria andaluza y muchos matriculan a sus niños en colegios locales, donde “se producen experiencias educativas muy interesantes”, narra Ruiz Arana. La pega, explica, radica en que al no estar empadronados porque no son ciudadanos españoles, el municipio tiene que prestar servicios como alcantarillado o limpieza, pero no se contabilizan a la hora de participar en los ingresos del Estado (PIE), por lo que dejan de percibir en torno a un millón de euros anuales. Tampoco pagan IBI, impuesto de vehículos o de actividades económicas, siquiera los negocios dentro de la base y cuya actividad no es militar.

Las otras quejas vienen del personal español de la base, unas 940 personas según Manuel Urbina, presidente del comité de empresa. Con el escudo antimisiles el porcentaje debía aumentar, pero todo quedó en promesas, y la realidad dejó más bien amortizaciones de empleos y recortes de plantilla. “Desde el anuncio de Zapatero en el 2011 hasta ahora se han perdido 300 empleos”, denuncia, reprochando que los norteamericanos tienen una visión “a largo plazo” que pasa por “quedarse solo con los administrativos y externalizar el resto”. Aunque esas subcontratas no siempre recaen en gente de la localidad.

RELACIÓN AMOR-ODIO

Urbina explica que los Pactos de Madrid que dieron pie a la base establecían una proporción de 70-30 de trabajadores españoles y americanos, pero hace tiempo no se cumple. “No es que sobren ellos, sino que hacen falta más españoles”, subraya, soñando despierto con la posibilidad de encontrarse con el presidente Obama para reclamarle “un empleo de calidad”, porque con el anuncio del escudo antimisiles y la llegada de más militares “se ofrecieron 280 vacantes pero solo seis eran puestos fijos”. Los sueldos mínimos rondan los 1.040 euros a jornada completa, “pero hay ofertas a 520 euros por 20 horas semanales”.

La cercanía de la base no crea inquietud o miedo a estar en el punto de mira; al contrario, los vecinos dicen sentirse seguros. Sin embargo, a veces el peso de la marca “base militar” impide que se aprecien otras bondades del municipio, dice el regidor antes de desglosar los alicientes turísticos y culturales de la localidad. “Pesa la marca, es una relación amor-odio porque aunque nadie quiere que se vayan, a los roteños siempre les ha molestado que se les conozca solo por eso”, resume.