Anatomía de una presión

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JUAN FERNÁNDEZ / MADRID

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Diez minutos para el candidato y cinco para cada grupo parlamentario. Una sesión condensada y con el desenlace conocido de antemano invitaba poco a la expectación, pero a veces en política menos es más y los 90 minutos que duró el debate previo a la votación de investidura ofrecieron más tensión escénica que las nueve horas de la jornada anterior. Se presentaba Mariano Rajoy, pero la mayoría de los momentos de crispación se vivieron durante la intervención de Pedro Sánchez.

El hombre más presionado de España subió al estrado sin papeles para decirle nuevamente 'no' a  Rajoy y acabó su discurso ahogado por las broncas de la bancada popular. Los continuos abucheos de los diputados del PP, que no pararon de murmurar mientras el líder socialista estuvo en el uso de la palabra, llevaron a la presidenta de la cámara a amenazar con ponerle nombre y apellidos a los 'hooligans', aviso que dejó sin cumplir.

Había que presionar a Sánchez como fuera, aunque esto incluyera aplaudir y festejar, como si fuera la mayor ocurrencia de la velada, el recordatorio que le hizo Pablo Iglesias sobre “la última oportunidad” que había perdido el PSOE el 26-J de liderar la izquierda de este país. Los del PP se divertían, pero el líder socialista permaneció inmutable durante todo el debate, serio, más tenso que en días previos, aunque le concedió una sonrisa próxima a la carcajada a Gabriel Rufián cuando este le dedicó una de sus preguntas-dardo.

La intervención del diputado de ERC ofreció los momentos de mayor divertimento. Sus señorías ya estaban avisadas por su discurso de marzo. Tanto, que fue pronunciar la presidenta su nombre y escucharse en toda la cámara un “¡buenoooo…!” que sonó a lamento.

Cuerpo a tierra, que viene Rufián, debieron pensar los diputados populares, que aguantaron con estoicismo las mordaces preguntas del republicano escondiendo las cabezas en sus móviles. De vez en cuando se oían resoplidos. En Ciudadanos encajaron con risas que les llamara “los del IBEX” y “frente nacional naranja”, pero la pierna derecha de Rajoy no paró de temblar nerviosa bajo el escaño mientras duró la alocución del político de Santa Coloma de Gramanet, que se gusta en su papel de 'joker' de la cámara.

La última sesión parlamentaria de la semana había comenzado como una atracción turística. Dos horas antes de la llegada de los diputados, la Carrera de San Jerónimo era un bullir de gente cámara en mano. Como David Prat, de 23 años y vecino de Igualada, que quiso hacerse un selfi con una estelada delante de los leones y un agente le obligó a cruzar la acera para inmortalizarse. Minutos después, la policía disolvió a los curiosos que poblaban la calle “por orden de la presidencia del Congreso”, según explicó un uniformado.

De la expulsión se libró Pablo Barredo, portavoz de la fundación Diario de un Cuidador, que quería llevar a la puerta del parlamento la problemática del Alzheimer y sus familiares. “He quedado con Pedro Sánchez, me ha prometido que bajaría a verme”, aseguró. Acabó atendiéndole Meritxell Batet, que entró al hemiciclo con el lilium que el activista le regaló. Era mal día para pedirle favores a Sánchez.