El cuerno del cruasán
Una silla vacía en Oslo
Jordi Puntí
Escritor. Autor de 'Confeti' y 'Todo Messi. Ejercicios de estilo'.
JORDI Puntí
La imagen que mejor resume la actualidad reciente es la silla vacía del escritor chino Liu Xiaobo en la ceremonia del premio Nobel de la Paz, en Oslo. Hay que remontarse a 1935 para encontrar una situación parecida, cuando el premiado fue el pacifista Carl von Ossietzky, y Hitler le impidió que fuese a recoger el premio. Ossietzky, que languidecía en un campo de concentración, había sido condenado por alta traición y espionaje tras publicar unos documentos que demostraban que Alemania había violado el Tratado de Versalles y rehacía sus fuerzas aéreas. ¿No les resulta familiar la historia del mensajero que cae en desgracia por hurgar donde no debía?
La foto de la silla vacía en Oslo también es poderosa porque contrasta con el principal interés de políticos y países, que es precisamente ocupar una silla, y si es al frente de la mesa, pues mejor. No es extraño, además, que los que participan en el juego mundial de las sillas se sirvan a menudo de contrasentidos e hipocresías para salirse con la suya. Por ejemplo: el mismo Gobierno que acoge y promociona el premio Nobel de la Paz —Suecia— ha emitido una orden de captura contra Julian Assange (Wikileaks). El motivo no es la libertad de información, claro que no, por favor, sino una acusación de agresión sexual. Es inquietante, sin embargo, que en noviembre la fiscal general revocara los cargos porque no tenían base jurídica y días después la Fiscalía Superior reabriera el caso, esta vez con la implicación de la Interpol.
Hay días en que la ceremonia de la confusión informativa es tan retorcida, que uno ya no comprende qué es verosímil y qué no. Me pasó el otro día, al leer el último número de la gran revista satírica The Onion. Desde hace 46 años, The Onion publica noticias inventadas para reírse de los tópicos de la corrección política. En este caso, imaginó una serie de revelaciones diplomáticas «extraídas de la montaña de documentos de Wikileaks». Así, pues, contaba que «en Navidad, Sarkozy regalaba iPods a todo el mundo menos a los diplomáticos norteamericanos, quienes recibían velas». Y también que Ahmadineyad [el presidente de Irán] tiene un armario con, como mínimo, 200 de esas chaquetas». De repente me di cuenta de que eran informes tan bestias y a su vez tan plausibles como ese otro —real— que describía a Angela Merkel como «la cancillera Teflon», porque opone mucha resistencia y no se le pega nada.
Mala señal, pensé, cuando la realidad se vuelve una parodia.
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