Las buenas prácticas en la gobernanza
Transparencia sin 'masterchef'
Los ciudadanos reclaman hoy poder ver y usar todos los datos de los que disponen las administraciones
Francisco Longo
Instituto de Gobernanza y Dirección Pública de ESADE
FRANCISCO LONGO
Dos fenómenos de nuestro tiempo están ejerciendo sobre las administraciones públicas una presión desacostumbrada. Por una parte, la tecnología las impulsa a producir y manejar voluminosos conjuntos de datos cuyo procesamiento adquiere un interés social creciente. Por otra, una sociedad crítica y enojada con los comportamientos políticos desconfía cada vez más de quienes la gobiernan. La confluencia de ambos fenómenos ha hecho crecer la oposición a las prácticas opacas y la demanda de transparencia. Nunca antes los poderes públicos habían manejado tanta información, y nunca se habían visto tan urgidos a ponerla a disposición de los ciudadanos. Leyes de transparencia de última generación y consejos independientes de supervisión han aparecido en diversos países. Académicos, think tanks y organismos internacionales como la ONU o la OCDE han extendido los enfoques de gobierno abierto. Diversos rankings miden los avances en esta dirección.
La transparencia no es ya solo -siendo esto muchísimo- cuestión de calidad democrática. En la era digital, la información en poder de las administraciones es también un recurso social extremadamente valioso para la generación de actividad económica. La aparición de ecosistemas de programadores, desarrolladores y aplicadores de esa información permite la creación de productos con alto valor potencial de mercado. El éxito de la llamada economía colaborativa se asienta en parte sobre el acceso a esos datos y la posibilidad de su procesamiento y explotación. Por otra parte, de la interacción público-privada construida sobre esos recursos pueden desprenderse importantes mejoras de calidad y eficiencia de los mismos servicios públicos. Son escenarios propicios a la coproducción. El portal Data.gouv.fr del Gobierno francés anima a los usuarios a enriquecer y mejorar los datos disponibles e incluso a introducir datos nuevos.
La primera reacción de las instituciones ante estas nuevas expectativas sociales es, aparentemente, positiva. Todos los partidos incluyen en sus programas las iniciativas de transparencia y los gobiernos multiplican sus anuncios en ese sentido. No es oro, sin embargo, todo lo que reluce. Con frecuencia, las proclamas se quedan en mera retórica. El programa del PSOE en el 2004 contenía ya la promesa de una ley de transparencia homologable con nuestro entorno europeo que nunca llegó a promulgarse, y la aprobada hace pocos meses a iniciativa del Gobierno del PP ha recibido serias críticas de insuficiencia. El cambio se hace incómodo para unas administraciones acostumbradas a disponer de la información como si fuera propia. Recientemente saltaba a los medios que el Servicio de Salud de Castilla-La Mancha había hecho desaparecer de su «portal de transparencia», probablemente para maquillar sus listas de espera, miles de citas de resonancias magnéticas pendientes.
Y es que la tentación de cocinar los datos sigue asaltando a los gobiernos. Tanto el temor a mostrar la realidad como sus tradiciones de opacidad y hasta la misma obsesión por los rankings les incitan a producir PDF previamente condimentados según el interés de quien manda, o según las preferencias de algunos comensales con acceso a los medios. En este contexto, sorprende la audacia de una experiencia local próxima y reciente.
Hace unas semanas, el Ayuntamiento de Gavá puso en marcha su nuevo portal de datos abiertos (Gavaobert.gavaciutat.cat). Soportado por una plataforma Socrata, similar a las de algunas de las principales ciudades norteamericanas, su filosofía es que cualquiera con conocimientos básicos de ofimática pueda trabajar por su cuenta los datos y compartir con quien desee los resultados. Quien lo visite comprobará que le resulta fácil, por ejemplo, acceder a datos de ejecución del presupuesto hasta el nivel de gasto más desagregado (factura), saber quiénes son los proveedores del ayuntamiento, o lo que se paga por IBI o cualquier otro tributo municipal. En definitiva, puede disponer de la misma información económico-financiera que cualquier concejal. Pero lo más importante no es el contenido sino el origen de los datos: es información en crudo, extraída de modo automático del aplicativo municipal de contabilidad, sin intervención humana alguna.
Sin duda, los gobernantes de Gavá corren con esta iniciativa algunos riesgos. Eso sí, demuestran haber entendido que las administraciones actuales tienen que renunciar a poseer como propio aquello que nunca fue suyo. Las sociedades de nuestro tiempo reclaman gobiernos con paredes de cristal y administradores dispuestos a dejar que se vea lo que hacen, tal como lo hacen y en el momento en que lo hacen. Son sociedades de ciudadanos que quieren entrar en la cocina y utilizarla.
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