Romper la baraja
Se ha visualizado el temor a contrariar a Puigdemont por el riesgo a ser tachado de traidor
Astrid Barrio
Profesora de Ciencia Política de la Universitat de València. Miembro del Comité Editorial de EL PERIÓDICO
Astrid Barrio
Después de la negativa del tribunal de Schleswig-Holstein de extraditar a Carles Puigdemont por el delito de rebelión, de la posterior retirada de la euroorden, de la Crida Nacional per la República hecha por el propio Puigdemont aprovechando el 'momentum' y del accidentado congreso del PDECat en el que la opción posibilista capitaneada por Marta Pascal fue derrotadaMarta Pascal -no sin una notable contestación interna que se expresó en un elevado voto de castigo a la nueva dirección-, se plantean muchas dudas acerca de la nueva fase en la que parecía haber entrado la política catalana y española.
La recuperación de un protagonismo que parecía haberse esfumado por parte de Puigdemont supone una clara amenaza a la distensión que se había abierto tras la moción de censura a Mariano Rajoy y la investidura de Pedro Sánchez y en Catalunya, de Quim Torra.
El independentismo se encuentra dividido desde el 21 de diciembre no en cuanto a su objetivo final, la independencia, sino en cuanto a la estrategia a seguir. Por un lado están los pragmáticos entre los que se cuentan ERC y una parte del PDECat y de Junts per Catalunya -pero también otros sectores del soberanismo como Lliures, Units per Avançar o el propio Santi Vila- que son partidarios de aprovechar las oportunidades del autonomismo, de renunciar a las prisas, de ampliar la base y de posponer 'sine die' la vía unilateral que tan pocos beneficios y tantos costes ha generado.
Por el otro están el resto de JxCat, la CUP y la ANC, una suerte de moderno carlismo que defiende la restauración del presidente depuesto, que es partidario de mantener la confrontación con el Estado, de explotar el frente judicial y de implementar el supuesto mandato del 1-O a pesar del indiscutible riesgo que supone de volver a la casilla del 15, por no hablar de las eventuales derivadas judiciales.
Líder supremo
Las divergencias son muy evidentes, pero nadie se atreve abiertamente a desafiar los dictados de Puigdemont, que se ha instalado de nuevo en la Casa de la República en Warterloo y que ha sido elevado a la categoría de líder supremo. El temor a contrariarlo a riesgo de ser tachado de traidor se ha visualizado en la renuncia de Pascal a seguir dirigiendo el PDECat, en la parcial negativa a apoyar el incremento del techo de gasto propuesto por el Gobierno de Sánchez o en el cierre del Parlamento hasta septiembre ante la incapacidad de los diputados catalanes de afrontar la resistencia de Puigdemont a acatar su suspensión dictada por orden judicial.
Pero, mientras, después siete años se ha reunido la comisión bilateral Estado-Generalitat. Sobre la mesa, los presos y el referéndum, pero sobre todo mucho autonomismo. Falta reconocerlo sin ambages. Aunque hacerlo suponga romper la baraja y asumir que hay vida más allá del proceso. Y mayorías alternativas. Un escenario que depende del PDECat, imprescindible para la estabilidad parlamentaria en el conjunto de España y si quisiera también en el Parlamento catalán. Y si decidiera hacerlo aun a riesgo de romperse no estaría solo.
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