Los jueves, economía

¿Qué hacemos con el paro?

La moderación salarial y la flexibilidad laboral son la clave de la solución, como demuestran otros países

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ANTONIO Argandoña

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Casi seis millones de personas que están dispuestas a trabajar y no encuentran empleo; más del 26% de la población activa en paro (y más del 30% en algunas utonomías); 850.000 personas que han perdido su empleo en el 2012. No cabe duda, es el primer problema de nuestra economía. Pero, ¿qué podemos hacer con él? En esta guerra, ¿se nos ha acabado la munición? No, desde luego. Lo que pasa es que no siempre queremos emplearla. ¿Se acuerdan del chiste de los cuatro forzudos que intentaban subir una caja a un camión, y no podían? Llegó un canijo, tomó la caja y la subió. Y comentó uno de los cuatro: hombre, haciendo fuerza, así cualquiera. ¿Estamos haciendo toda la fuerza que podemos? Me temo que no. Déjenme que haga algunas consideraciones al respecto.

De entrada, hemos de seguir con la moderación salarial. Claro que objetarán ustedes que con un sueldo de 700 euros un recién llegado al mercado de trabajo no puede vivir. De acuerdo: pero me temo que no va a encontrar muchos sueldos de 2.500 euros. Un sueldo bajo hoy sirve para dejar de vivir de la caridad pública, o sea, del subsidio de desempleo; permite mantener y desarrollar las capacidades laborales, echa una mano a las finanzas familiares y aporta algo a la futura pensión. ¿Vale la pena hacer un poco de fuerza?

Y esto se puede aplicar también a los que tenemos sueldos más altos: ya sé que nos hemos acostumbrado a que suban por encima de la inflación, pero esto ya no es posible.

Y hemos de avanzar en la flexibilidad laboral. Los empleadores, públicos o privados, no siempre tienen trabajo que ofrecernos para una jornada completa. De modo que, a menudo, tendremos que reducir las horas y, claro, también la remuneración. Me dirá el lector que así no hay manera de planificar la devolución de la hipoteca, y es verdad. Pero, ¿prefiere usted quedarse en el desempleo? El problema radica en que nuestra legislación laboral ha venido dificultando esa flexibilidad de dedicación y de retribución. Pero ya tenemos mucha evidencia de que la flexibilidad funciona: en Alemania, en Austria, en Holanda… y en España: por ejemplo, en la automoción.

Los expertos aconsejan reducir la maraña de tipos de contratos laborales de ahora, que solo sirven para dar trabajo a los sindicalistas, a los asesores y a los jueces de lo social. Hay que ir a un contrato indefinido único, con unos costes de despido relativamente bajos y unificados para todos los contratos.

¿Costes de despido bajos?, pregunta el lector. Pero esto significa que el empleador querrá echarme a la calle en cuanto pueda. Me parece que no es así: el empresario lo que quiere es tener trabajadores eficientes, leales y contentos; si le parece que en su empresa no es así, pregunte a su jefe por los impuestos, por los clientes morosos o por el crédito que no le ha dado el banco, y entenderá que su negocio no está en despedir, sino en producir, vender y cobrar.

Si el empresario es racional, cuando va a contratar a una persona se pregunta cuánto le aportará su empleado y cuánto le costará. Y en ese coste incluirá el salario mensual, las cotizaciones sociales y lo que espera tener que pagarle si algún día tiene que despedirle. Y, claro, si esta última partida es alta, tendrá menos incentivos para contratar. O, como vemos ahora, utilizará los contratos temporales, que son baratos a la hora de contratar y de despedir. Pero la consecuencia de esto es una situación injusta e ineficiente: el contrato indefinido con el que soñamos solo está al alcance de uno de cada cuatro asalariados, sobre todo jóvenes y no cualificados.

Vuelvo a la pregunta: ¿cómo podemos solucionar el problema del paro? Haciendo fuerza. El paquete del chiste pesaba y, seguramente, era incómodo de manejar. Hay que entender las reglas de la física para subirlo al camión. Y hay que estar dispuesto a hacer fuerza. Sabemos cómo se puede reducir el paro, pero no siempre estamos dispuestos a la incomodidad que supone poner en práctica acciones cuya eficacia se ha puesto de manifiesto en Suecia, Austria o Alemania.

Sí, ya sé que ellos son distintos, pero el problema no es cultural, sino de incentivos: como decía un conocido profesor de Harvard, al final la gente hace aquello para lo que le pagan. Si nos cobran las cotizaciones sociales y el impuesto sobre la renta por trabajar y nos pagan el seguro de desempleo por no trabajar, tarde o temprano nos acomodaremos a la situación de parado. Piensen en el casi un millón de jóvenes de menos de 25 años que tenemos ahora en la casilla de desempleados improductivos. ¿Tenemos derecho a dejarlos en esa situación cuatro o cinco años más? Señora ministra, señores empresarios, señores sindicalistas, señores expertos… señoras y señores ciudadanos: ¿estamos dispuestos a hacer fuerza? ¿Todos? Profesor del IESE. Cátedra La Caixa.

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