Al contrataque

El puñetazo de Andrés

Del agresor de Rajoy deberíamos dejar de hablar rápidamente. Porque, de otro modo, producirá efectos miméticos

SÍLVIA CÓPPULO

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Andrés, de 17 años, es desde el miércoles pasado el chico que dio un puñetazo al presidentedio un puñetazo al presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy. Le hizo daño en la cara y le rompió las gafas. Andrés estuvo esperándose un buen rato para poderse hacer un selfi con Rajoy y, posteriormente, calculó cuál era el mejor ángulo para pegarle en la cara con fuerza. Cuando los agentes de seguridad reaccionaron, le detuvieron. El chico no estaba arrepentido, sino todo lo contrario: muy orgulloso de lo que había hecho. No tiene antecedentes penales y pertenece a Mocidade Granate, un grupo de hinchas radicales del Pontevedra. Hijo de una familia de clase media-alta, ahora iba al instituto. No hace tanto que ya había manifestado su intención de atentar contra una sede del PP a través de las redes sociales y no había pasado nada de nada, porque ahí es donde va a parar todo. Las redes recogen muchas ideas positivas y la información al momento, pero a la vez son las cloacas donde se vierten las miserias humanas. Me pregunto de qué forma este chico -que ha encontrado su momento de 'gloria' podrá ser 'reeducado'. Me pregunto si, atendiendo a los efectos sociales provocados, alguna vez se arrepentirá sinceramente de esa agresión fría y calculada. Primero, quiso la foto. Y, después, el vídeo. La foto, sonriendo. Y el vídeo, pegando. El puñetazo no para de viralizarse y Andrés vive la satisfacción de ser su protagonista. Andrés siente que es 'famoso'. En sí mismas, la viralización y la fama para él representan un valor. La agresión, quizá también. Para él y para muchos jóvenes y no tan jóvenes.

UNA VOZ DE CONDENA

Afortunadamente, todos los partidos políticos han condenado la agresión a Rajoy. Hoy se termina la campaña electoral. Lo mejor que podría pasar es que el incidente de Pontevedra no influyera en el resultado. Pero, para que eso suceda, todos los grupos políticos y sociales tendrían que conformar una sola voz de condena. Toda nuestra gente, o sea todos nosotros tendríamos que compartir la única idea de que nada justifica nunca los actos de violencia. Ni las malas políticas sociales o económicas, ni la indignación que justamente provocan.

No hace tanto, en junio del 2011, vimos cómo a los diputados y diputadas les impedían el acceso al Parlament y cómo a algunos de ellos incluso les agredían. Determinados grupos sociales comprendieron e incluso defendieron las agresiones y el derecho a ejercerlas. Manifestarse, siempre. Violentarse nunca es justificable, sea cual sea el color de los agresores o los agredidos y sea cual sea la circunstancia. Y termino en una línea. De Andrés deberíamos dejar de hablar rápidamente. Porque, de otro modo, producirá efectos miméticos. Reflejarse en él, tanto individualmente como socialmente, es un mal negocio que no conduce a ninguna buena parte.