La rueda

El precio de la gloria

La presión para lograr el éxito aboca a jóvenes deportistas a dejarse la salud en el empeño

NAJAT EL HACHMI

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Estos días tan olímpicos me hacen pensar en el programa que Jordi Évole dedicó al deporte de alta competición hace unos meses. Habló del aislamiento de las grandes figuras, de la enorme presión para ganar y del caso estremecedor de la gimnasta Carolina Pascual, sometida cuando aún era una niña a una férrea disciplina que bien podríamos calificar de trabajos forzados. Para prepararse para competir en los Juegos de Barcelona se le hizo pasar hambre en plena etapa de crecimiento hasta abocarla a los trastornos alimentarios; se le privó de una educación, de modo que al dejar la gimnasia no tenía nada, ni formación para poderse ganar la vida, ni ninguna recompensa por los servicios prestados a la patria. Cuando la escuchaba no podía dejar de hacerme la misma pregunta una y otra vez: ¿cómo es que a esa niña no la protegió nadie? ¿Cómo es que en un país con un Estado de derecho que vela por la infancia de las personas sucede que los menores de edad son sometidos a las intensas exigencias laborales del deporte de alto rendimiento?

Que esto sea así, que haya niños y niñas dejándose la salud y los años de crecimiento en las interminables sesiones de entrenamiento, es en parte por la complicidad de todos, por la complicidad de una sociedad que considera que el éxito, aunque sea el efímero de recoger el trozo de metal que es la medalla, vale todos los sacrificios. Lo dicen los propios deportistas estos días en Río. Que la gloria olímpica vale sudor, sangre y lágrimas y alguna que otra bacteria resistente a los antibióticos. Virginia Berasategui, que también salía en el programa, decía que el deporte de alta competición no es saludable, que lo que es saludable es una hora tres veces por semana. Lo que ella no se podía permitir, porque toda la vida había dedicado todo su tiempo al triatlón. Y lo explicaba con tristeza, como quien sufre una adicción y no puede salir de ella.