Podar la fe

JAUME SUBIRANA

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Paso por uno de los peores momentos para cualquier acumulador: el del colapso y el consiguiente intento de poner orden. Iba a escribir "tengo demasiado libro en casa" pero seamos sinceros: los coleccionistas no estábamos en clase el día en que explicaban esos adverbios que también son adjetivos, como 'demasiado'; no entendemos qué significa “leo demasiado". Ni tampoco como se pueden tener demasiados libros. Por eso acabamos como acabamos: doble hilera en las estanterías, libros de través encima de otros, libros por el suelo, libros en cajas, libros detrás del sofá y encima de los armarios, libros en casa de tus padres, libros en el trabajo, libros y más libros... tiene razón, claro, quien nos dice que no hay tiempo para leerlos todos, quien desaparece discretamente cuando buscamos uno que seguro que ha de estar por ahí y no lo encontramos, quien se ríe de nuestra maleta sobrecargada, quien suspira cuando repetimos que Borges decía que la biblioteca ha existido desde siempre. Tienen razón, pero no importa.

Porque los libros que mantenemos cerca nos explican tanto o más que las palabras que a veces utilizamos para presentarnos: una biblioteca es la crónica dilatada de cómo el azar nos ha cuidado. Cada libro es un planeta, y en cierta forma los que tenemos en casa reproducen juntos, en miniatura, todo el universo en el despacho, en el pasillo. De vez en cuando tenemos que despejar un poco, porque el espacio en la Tierra no es infinito y porque la vida necesida ser podada, para retirar cada cierto tiempo lo que no necesitamos, pero encontramos un lugar para nuevos volúmenes, para lo que llegará. Victor Hugo dice en el poema 'À qui la faute?' que una biblioteca, además de un tesoro, es un acto de fe. Un acto de fe en la palabra y, tanto como eso, en la memoria y en la educación: creemos que las cosas pueden ser mejores, y sabemos que esto no sucederá si no tenemos en cuenta lo que ya se ha pensando y escrito, la sabiduría y la experiencia humanas acumuladas. Tener en casa una biblioteca, no importa de qué medida, creer que vale la pena conservar y hacer circular los bellos artefactos que llamamos libros, es un acto de fe en la humanidad. Y la fe, ay, suele comportar alguna (pequeña) renuncia.

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