Al contrataque

La Navidad y mi deseo

Luces navideñas en la Gran Via

Luces navideñas en la Gran Via / periodico

SÍLVIA CÓPPULO

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Hoy daré muchos besos y muchos besos recibiré. Los abrazos serán cálidos y sentiré la respiración de los que amo. Ojos humedecidos por la vida que se escapa, sonrisas silenciosas llenas de complicidad y risas de los pequeños a punto de partir el 'tió'. La escudella llegará a la mesa con la pasta de sopa muy hecha: ¡os estábamos esperando, casi llegáis tarde! Y por doquier habrá manjares deliciosos y miradas entrecruzadas. Mi fortuna son las cuatro generaciones que hoy se reúnen porque quieren y se quieren. Cuando se sirva el turrón, habrá que extremar la atención. Relajados por el magnífico capón con ciruelas y por los brindis que rozan el exceso, alguna palabra disonante podría herir. Si no la da, echaré de menos la patadita de mi padre por debajo de la mesa; un punto de contención y dos de voluntad de amor. Navidad es el misterio de la vida. Se aprende a amar cuando se ama.

Con el caer de la tarde y el silencio del adiós -¡Hasta pronto, cuidaos mucho!-, la vajilla limpia y las copas perfectamente alineadas en el armario, la añoranza entrará en casa invadiendo estancias y rincones. Hace un tiempo, cuando la divisaba a lo lejos acercándose, luchaba para echarla lejos. Inútil batalla, perdida antes de empezar. Sé que felizmente soy adulta, porque ahora, cuando esa nostalgia okupa llama a la puerta, la invito a pasar. Solo se trata de conseguir que no se enseñoree demasiado. Si hago las paces con ella, descubriré en un rincón del alma sentimientos que ni me atrevía a sentir. Poco a poco la paz llegará. La espiritualidad, como gusta a los filósofos. Me gusta la idea.

El deseo de felicidad

Todos nos deseamos una feliz Navidad. Claro que algunos de estos deseos son pura fórmula estacional, pero últimamente advierto mayor número de personas que al menos durante unos días buscan lo esencial. Por la vida se pierde la vida, decían las abuelas, intentando hacernos entender que tantos dolores de cabeza a menudo son baldíos.

Cambiaremos de calendario y, con el nuevo año, el deseo de felicidad que generamos se alargará día a día a esos 365 del año. Deseo que no sabremos mantener vivo más allá de la madrugada, cuando las 12 campanadas quietamente hayan adormecido el eco de su redoblar.

En este año nuevo, me gustaría ser suficientemente mayor para hallar la fórmula, que incorpore la alegría de vivir, la voluntad de mejorar, la generosidad que humaniza y el perdón que a menudo olvido. Con los ojos de niña abiertos de par en par para sorprenderme aún y los labios prietos que en los sabios admiro, porque saben escuchar. Imagino que no haya más preguntas y solo el relato el espacio habite. Tomar café con la vida, firmar con ella la paz. ¡Qué bien si lo consiguiera! ¡Qué gran camino para echar a andar! De corazón, ¡Feliz Navidad!

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