Muerte y resurrección en Vilabertran

El Schubert luminoso de Measha Brueggergosman y el futuro prometedor de Manuel Walser

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ROSA MASSAGUÉ

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La idea original era titular este artículo como 'Schubert para principiantes', pero se prestaba a un cierto equívoco porque calificar a Measha Brueggergosman de primeriza es una ofensa a la sólida carrera de esta soprano canadiense. Sin embargo, Schubert no es un compositor que la cantante haya frecuentado mucho ni en grabaciones ni en recitales. Por ello, la primera parte del programa interpretado en la inauguración de la Schubertiada de Vilabertran, el 20 de agosto, que dedicó al compositor vienés tenía mucho de primicia.

El otro 'principiante' fue Manuel Walser que actuó al día siguiente en sustitución de Luca Pisaroni afectado por una laringitis. A este barítono suizo le va más ajustado el calificativo. Es muy joven (1989, St. Gallen) y su carrera internacional como 'liederista' empieza a despegar. 

Dicho esto, vayamos por partes. Brueggergosman, acompañada al piano por Justus Zeyen, ofreció una selección de 'lieder' de Schubert centrados en dos temas, la muerte y la naturaleza. La muerte como liberación, el sueño que lleva al descanso eterno o el fluir de la vida hacia su final, una muerte que encuentra en la naturaleza su correspondencia y escenario (¡cómo se parece el poema lleno de nostalgia 'Das Heimweh' con la letra y el espíritu de 'Pirineu', de 'Canço d'amor i de guerra', escrita un siglo después!).

La muerte cantada por Brueggergosman es una muerte casi alegre, muy lejos de las lecturas oscuras más habituales de las canciones de Schubert. Es una muerte casi risueña por el énfasis que la soprano pone en el otro aspecto temático, el de la naturaleza siempre acogedora. Es una concepción del más allá nacida posiblemente de la cultura musical y religiosa de la iglesia Baptista de su infancia en New Brunswick. Canciones como 'Die Mutter Erde' ('La madre tierra'), 'Nacht und Träume' ('Noche y sueños'), 'Nachstück' ('Nocturno'), 'Der Tod und das Machden' ('La muerte y la doncella') o 'Wilkommen und Abschied' ('Bienvenida y adiós') adquirieron en la voz envolvente de Brueggergosman un sentido inédito.

En la segunda parte la soprano se reencontró con su repertorio más habitual. Empezó con 'Shéréradaze', de Maurice Ravel, una pieza interpretada normalmente en su versión orquestal. En la versión para piano, el orientalismo que la invade adquiere un tono intimista y muy sensual acentuado por la belleza y el fraseo de la voz de Brueggergosman.

Los 'Wesendonck Lieder', las cinco canciones de amor que Richard Wagner compuso con versos de su enamorada Mathilde Wesendonck, cerraron el recital. Aquí reaparecía la muerte como expresión última del amor en las resonancias musicales de 'Tristan und Isolde' que tienen dos de las canciones. La capacidad expresiva de la soprano fue de mucha altura.

La resurrección vino de la mano de un bis. Fue entonces cuando la Canónica de Vilabertran se quedó pequeña para acoger el volumen sonoro de Brueggergosman. La soprano sacó toda su potente voz para ofrecer un 'spiritual' que cantó con una emoción muy visible.

Un 'Viaje' muy prometedor

La muerte también presidió el recital de Manuel Walser porque el joven barítono ofreció nada menos que 'Winterreise' ('Viaje de invierno'), una de las páginas más memorables de Franz Schubert, el ciclo de canciones compuesto en 1827, el año anterior a su muerte a los 31 años. Este viaje del caminante hacia su fin es una obra que exige madurez vocal y emocional al cantante. Por ello sorprendía el atrevimiento de Walser. Sin embargo, tratándose de un alumno aventajado del gran barítono Thomas Quasthoff, y de otras grandes voces como han sido la de Brigitte Fassbaender o Christa Ludwig, cabía esperar un buen 'Viaje de invierno', como así fue.

Walser contó además con la complicidad del genio del piano Wolfram Rieger quien también ha sido maestro del joven barítono. Este ciclo de 24 canciones, con una duración de una hora y cuarto aproximadamente, es el más largo de los compuestos por Schubert. Walser fue desgranando las canciones con gran sensibilidad. En las últimas la fatiga vocal empezó a pasarle factura, pero concluyó dignísimamente con 'Der Leiermann' ('El organillero'). Por lo oído en Vilabertran, el futuro de Walser es muy prometedor.

Mención especial merece el acompañamiento de Rieger, quizá uno de los mejores conocedores de todos los matices de esta y las demás composiciones de Schubert. Su interpretación al piano, con el que dialoga constantemente y que más que tocar parece acariciar, fue sencillamente magistral.