La rueda

Matar a Hannah Montana

NAJAT EL HACHMI

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Miley Cyrus sale al escenario con la lengua fuera y rodeada de bailarinas vestidas de osos de peluche. Se mueve y baila como ya lo ha hecho en el videoclip de la canción que canta, We Can't Stop. Combina movimientos espasmódicos con otros que imitan actos sexuales. Nada que no se haya visto antes: finge que se masturba con una mano gigante, se arramba a Robin Thicke mientras sacude las caderas y después le lame el cuello. Pero el escándalo que ha provocado ha sido planetario y unánime. Una reacción extraña teniendo en cuenta que: 1) sus colegas son Rihana o Lady Gaga; 2) hay una generación entera de adolescentes educados en el porno; 3) buena parte de los hombres (y mujeres) del mundo occidental y del cualquier país con internet consumen pornografía cada día; 3) hace siglos que la industria no vende a ninguna estrella femenina que no se haya convertido primero en una vedette que caliente al personal con sus bailes. ¿Qué es tan terrible, pues? A la postre ella y sus coetáneos tienen como referentes a MadonnaBritney Spears o Jennifer Lopez. ¿A qué viene tanto «oh, esta chica no tiene control, no es un buen ejemplo para las niñas que pensarán que tienen que hacer estas cosas para triunfar»? Pues simplemente que Miley Cirus era Hannah Montana, la encarnación perfecta del binomio pervertidor que caracteriza a las princesas Disney: sexualizades desde edades indecentes pero de quienes se presupone la asexualidad. Esto en resumen es ser objeto y nunca actor principal de la representación erótica, esto es el que se ha hecho toda la vida. Pero con su actuación paródica en los MTV Video Music Awards Cyrus  cambia el guión matando definitivamente al engendro castrador que es Hannah Montana y reclama, a sus 20 años, la vida sexual activa que le toca, sea en la forma que sea, nos parezca o no de buen gusto.