ANÁLISIS

Másteres y nueva nobleza profesional

Estudiantes se examinan en un instituto de Menorca.

Estudiantes se examinan en un instituto de Menorca. / periodico

Xavier Martínez Celorrio

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El escándalo del máster de Cifuentes ha desatado una injusta sospecha generalizada sobre los másteres universitariosmáster de Cifuentes. Un caso de corrupción académica circunscrito a una determinada trama madrileña no puede contaminar a todo el sistema. Esa trama corrupta y feudal que ha salido a la luz nos retrotrae hasta 1836 cuando el gobierno decidió cerrar los Colegios Mayores por haber regalado títulos a los hijos de la burguesía de entonces.

Todavía hoy, la clásica derechona española reproduce y representa lógicas propias del siglo XIX. Otro ejemplo son los exagerados criterios de Aneca para acreditar al profesorado universitario que muchos de los actuales premios Nobel ni siquiera podrían superar. Cuando gobierna el PP, la universidad y el sistema de ciencia, tiemblan. Por un lado consienten prácticas corruptas y por otro, se recorta el gasto público y se endurece el reglamentismo hasta límites patológicos. No vivimos en el Antiguo Régimen sino en una economía global del conocimiento que va elevando el mínimo de titulación hasta la educación terciaria. El 51% de los jóvenes ya cuenta con titulaciones de máster, o de grado o de FP superior y va en aumento.

Plan Bolonia

Con la aplicación del Plan Bolonia a la española (sin recursos suficientes y bajo el modelo 4+1), se ha instaurado una nueva segmentación educativa. Para buena parte de las empresas, la norma de contratación pasa por un máster aun pudiendo seleccionar a titulados de grado dado el bajo salario que ofrecen. Solamente los grados vinculados a una profesión intermedia (diseño, óptica o turismo) quedan a salvo de la elevación de nivel forzado por las empresas. En el resto, se impone el máster como demanda educativa y requisito selectivo de contratación.

Entremos a ver las contradicciones. De un lado, hay un problema de nomenclatura puesto que coexisten másteres oficiales (el que regalaron a Cifuentes), másteres como títulos propios de cada universidad y cursos llamados “másteres” de instituciones privadas. Solo los másteres oficiales están regulados y evaluados por las agencias AQU o Aneca y solo éstos deberían llamarse másteres.

Remodelación estructural

En segundo lugar, hay una indefinición estructural del marco español de cualificaciones que se arreglaría diferenciando las universidades de investigación y doctorado respecto a las universidades técnicas-profesionales que deberían integrar la FP superior. Esta opción a la alemana implicaría una doble escala de profesorado y clarificar mejor la oferta de grados y másteres, ajustando con más eficiencia los requisitos de titulación de las empresas y disminuir la sobrecualificación.

Tras años de rodaje, los másteres afianzan el modelo 4+1 y siguen siendo demasiado caros pero funcionan con rigor académico. Sirven tanto para acceder a profesiones reguladas (abogacía, ingenierías o profesorado de secundaria) como para ofrecer especialización e interdisciplinariedad. Aparte de dar entrada al doctorado. Este era el objetivo de Cifuentes, un doctorado fácil y sin esfuerzo. Acceder a lo que el sociólogo Pierre Bourdieu llamaba la nobleza académica y profesional.