El epílogo

Lecciones de la visita

ENRIC HERNÀNDEZ

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Se apagan por fin los ecos de la breve, pero intensa, visita del Papa a Barcelona, con escala en Santiago. Es hora de extraer las últimas lecciones antes de dar carpetazo a un viaje deslumbrante en el terreno estético, previsible en lo doctrinal, sociológicamente revelador y asombroso políticamente.

Primera: el aspecto exterior de la Sagrada Família no se corresponde con su belleza interior. Las saludables disquisiciones artísticas en torno a la continuación de la obra deAntoni Gaudí no pueden empañar la exquisitez arquitectónica de la nave central, ahora consagrada. La retransmisión televisiva permitió que no solo millones de personas de todo el mundo conocieran y admirasen el templo; también que muchísimos catalanes venciesen sus recelos acerca de un monumento percibido hasta ahora más como un suvenir turístico que como una maravilla local.

Segunda: ni el mayor botafumeiro puede enmascarar el aroma añejo que emana de la doctrina del Sumo Pontífice. No afearemos ya el dogmático rechazo al divorcio, el aborto, los métodos anticonceptivos, la reproducción asistida, la investigación con células madre, la homosexualidad... Defender que la mujer --y no el hombre-- se realice «en el hogar y en el trabajo» ya da la medida de la obsolescencia de sus diatribas.

Tercera: Benedicto XVI tiene razones sobradas para andar inquieto por el retroceso del catolicismo en Catalunya y el conjunto de España. La afluencia de fieles durante el fugaz recorrido del papamóvil quedó lejos de las previsiones episcopales. Y eso que el domingo los feligreses barceloneses no tenían mejor plan que acercarse al entorno de la Sagrada Família, pues en las restantes iglesias no se oficiaba misa alguna.

Y cuarta:el loable gesto del Santo Padre con el catalán quedó eclipsado por su arenga contra el «laicismo agresivo» de España, que ligó al clima previo a la guerra civil. En vez de evocar elnihil obstat que la Iglesia dio al franquismo --por el que no ha pedido perdón--, el Gobierno, laicista arrepentido, no sabe si poner la otra mejilla o quejarse en voz queda.