Siete x siete

Las fascinantes arañas de Louise Bourgeois

OLGA Merino

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El lunes falleció en Nueva York, a los 98 años, una formidable artista que hizo de su existencia una lección de perseverancia frente al olvido.Louise Bourgeois, francesa trasplantada a Estados Unidos, esculpía formas ambiguas –niñitas con pechos como testículos, vaginas dentadas, turgencias que semejan falos o bien senos– para exorcizar fantasmas infantiles. Expuso sus cicatrices emocionales con total transparencia, como en un invernadero de cristal, y por ello sus detractores la denostaron a menudo caracterizando su trabajo de mera autobiografía confesional. El padre de la escultora había deseado un varón y ella sintió siempre que debía hacerse perdonar por haber nacido chica. El papá –un tipo contradictorio: sensible, carismático, cruel y autoritario– introdujo a su amante inglesa en el hogar como institutriz de los niños. Ambos dormían juntos, y la familia debía tragar con la farsa.

Lo que más me fascina de su obra, lo que más me llega, son las arañas, como el monstruo de 10 metros de altura que custodia desafiante, desde la atalaya de sus larguísimas patas, la parte trasera del Guggenheim, en Bilbao. LaBourgeoisexplicó que esos gigantes de acero representaban a la madre –la suya se dedicaba a la restauración de tapices antiguos–, arañas tejedoras, habilidosas, prácticas, frágiles y al mismo tiempo protectoras.

El reconocimiento artístico no le llegó hasta cumplidos los 70 años, cuando el MOMA le dedicó una exposición retrospectiva en 1982, la primera, por cierto, que el museo neoyorquino consagró por entero a una mujer artista. Hasta entonces, hasta la eclosión de la fama, laBourgeoishabía estado trabajando en silencio, desde la periferia. Al margen del mercado, las modas y los ismos. A pesar de las dudas, el miedo, la angustia y la maternidad. En realidad, ella misma acabó convirtiéndose en una araña industriosa. Creía en el trabajo. Y lo explicó así: «Provengo de una familia de restauradores. La araña es una restauradora. Si le destrozan la telaraña, no se vuelve loca. Empieza a tejer de nuevo y la repara».