El conflicto catalán
La obcecación legalista
Mariano Rajoy ha optado por una "obcecación legalista" que a la postre concede autoridad moral a los independentistas
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
La mañana recién estrenada apuntaba espléndida a pesar del frío de esta primavera despistada. Era tan temprano que no había nadie en la playa: un par de surferos en sus trajes de neopreno, un señor con el detector de metales y un jubilado que leía una novela. Nadie más. Las olas venían muy picadas, pero, aun así, la quietud acendraba tanto el olor del mar, despojado de las fritangas del verano, como sus colores, azul pardo, verde vidrio, gris. Alguno de los griegos clásicos escribió que el mar lava las manchas y las heridas del mundo, y es cierto que, desde allí, las cosas parecían más claras, más básicas, más simples: nos han arrojado contra las cuerdas. Después del auto del juez Llarena y la detención de Puigdemont, ya no hay una salida limpia.
No tienen exculpación los líderes independentistas. Hasta aquí nos han arrojado su ingenuidad, sus errores de cálculo, una trampa grave e imperdonable y sobre todo el haber subestimado que, para que tus ideas sean convincentes, primero deben convencer a los demás. ¿Pero delito de rebelión? ¿De qué están hablando?
Si alguien ejerció la violencia, fueron las fuerzas de seguridad durante la jornada del 1-0. En la lista de culpables, el primer puesto se lo ha ganado a pulso el PP. Hasta el diario británico 'The Times', escorado en el centro-derecha, reconocía el otro día en un editorial que Rajoy no ha hecho absolutamente nada por comprender por qué una porción muy significativa de los ciudadanos catalanes se ha dejado seducir por los cantos de sirena del procés. En lugar de eso, ha optado por una «obcecación legalista» que a la postre concede autoridad moral a los independentistas.
Ahora la pelota está en el tejado de una Europa cansada, llena de fisuras, que no sabe cómo apuntalar su fachada falaz. Si, en el mejor de los casos, los jueces alemanes no aprecian el delito de rebelión en la probable extradición de Puigdemont, costará años recoser esta herida. Urge ponerse manos a la obra cuanto antes, cambiar de interlocutores y que la izquierda dé un paso al frente de una vez.
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