La guerra de los adjetivos

RAMÓN LOBO

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Los adjetivos son un arma peligrosa: sirven para desprestigiar y, en algunos casos, para matar física o políticamente. También ayudan a fijar la memoria colectiva: estos eran los buenos; aquellos, los malos. Hay adjetivos de destrucción masiva, como las presuntas armas de Sadam Husein, de las que parecen haberse olvidado sus patrocinadores ahora que blanden la legalidad internacional.

Se han cumplido 10 años de la muerte de Ricardo Ortega, un periodista grande y valiente. Perdió la vida en Haití como freelance. Antes había perdido su trabajo en una televisión por no creerse las pruebas de Colin Powell en la ONU, aquellas del tubito. Dijo que antes era necesario asumir dos axiomas: la CIA nunca miente y los inspectores de la ONU son inútiles.

Israel conoce la importancia de los adjetivos y de las palabras. Utilizan el término antisemita, como sinónimo de antijudío, pese a que los palestinos son también semitas. Si dejan de serlo serán otra cosa, ajena. En Israel ya no se dice «territorios ocupados», sino «territorios», más neutro y conveniente. Si la ocupación desaparece de las palabras, desaparecerá también de las leyes que la condenan. Detrás de los adjetivos, ¿o era antes?, vienen las ideas, las estrategias. Existe una voz en hebreo que explica casi todo: Ein breira; significa «no tuvimos otro remedio» o «nos vimos obligados a hacerlo». Con Ein breira uno puede librar todas las guerras, las internas o las externas, sin sentimiento de culpa.

Los periodistas no deberíamos usar adjetivos, lo nuestro es el sustantivo. Los hay peligrosos porque tienen una intencionalidad subyacente. Si llamamos terrorista a un grupo, por ejemplo a Hizbulá, lo descalificamos entero, a las ideas y a las obras. Existe una lista oficial de terroristas donde están todos los enemigos, ningún amigo. Los amigos, como la Contra nicaragüense, se llaman luchadores por la libertad. Hay personas y grupos que merecen el adjetivo terrorista, pero es mejor describir sus atentados, sin calificar, y dejar al lector que ponga los adjetivos; es su privilegio.

Hay una palabra de moda estos días: dictador. ¿Qué es un dictador? ¿El que dicta su poder de una manera absolutista? ¿El que causa millones de muertes debido al uso abusivo de su poder? Dictador es adjetivo de destrucción masiva. Sirve para condenar a Vladimir Putin por invadir Crimea, pero no para condenar a quienes toman decisiones económicas con consecuencias criminales. No hablo de recortes en Occidente, sino del hambre, la pobreza extrema.

Hace unos días encontré en internet un gráfico que recogía la clasificación mundial de los 10 principales dictadores, en su variante sanguinaria. El número uno, para mi sorpresa, era Mao Zedong, aquel que llamábamos Mao Tse-tung, que duplica en mucho al segundo, Josef Stalin, del que teníamos noticias sobradas, igual que del tercero, Hitler. Los lectores de la derecha podrán exclamar en este momento: ¡la izquierda gana 2 a 1 en criminales en masa! El asunto mejora con el cuarto: el rey Leopoldo. Empate a dos. Dejémoslo allí que en cuestiones de delito no deberían existir las excusas ideológicas.

¿Qué es un criminal en masa? ¿Cómo sería la clasificación made in China? Quizá en ella aparezca Harry Truman y sus bombas nucleares u otros presidentes de EEUU a los que culpe del genocidio de los indios, limitados a un decorado de Hollywood. No aparece Franco en la lista de los grandes criminales. Al parecer sus números son modestos comparados con los campeones mundiales de la maldad, pero bien podrían aparecer los reyes de España en su conquista, que no descubrimiento, de América, otro genocidio en nombre de la civilización, y de Dios.

Categorías de genocidas

Todo es subjetivo. Solo depende de quién elabora la lista, quién escribe la historia. Las listas y las historias oficiales son un privilegio de los que ganan las guerras. En la clasificación mencionada antes aparece en cuarto lugar el general japonés Hideki Tojo, a quien adjudican cinco millones de muertos, pero no el emperador nipón, una cuestión de cortesía. El quinto es el turco, Ismail Enver Pasha, responsable del genocidio armenio. En asuntos de genocidio también hay categorías y silencios.

La definición universal de los delitos está en las convenciones internacionales de la ONU firmadas por la gran mayoría de los Estados. Así sabemos qué son crímenes de lesa humanidad y crímenes de guerra; qué es genocidio y tortura, delitos graves que son perseguibles universalmente. En España han descendido de categoría, ya no son delitos, ahora son adjetivos. Pasó antes en EEUU con la tortura. La ventaja de tener poder militar y económico es que se tiene poder sobre los adjetivos. Así, con las palabras bajo control, es posible dormir tranquilo. Una suerte.