Los nuevos aires del Vaticano

Este Papa es un regalo de los dioses

Francisco pasará a la historia como el Pontífice de los valores, un bien escaso en este siglo XXI

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ANDREU CLARET

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A lgunos papas han pasado desapercibidos. Otros han contribuido a delimitar los contornos de su época. Así ocurrió con Pío XII, cuyo nombre quedó vinculado, para bien y para mal, con el Holocausto; con Juan XXIII, que soliviantó las conciencias de la posguerra a favor del bienestar de los más; y con Juan Pablo II, que dio el empujón definitivo al muro de Berlín. Francisco lleva poco tiempo sentado en el sillón de Pedro y los juicios definitivos, en las cosas de la Iglesia, requieren tiempo. Aun así, creo que su papado ya tiene un sello propio, distinto del de sus antecesores, empezando por el del Papa emérito que convive con él entre las murallas del Vaticano. No es solo, ni principalmente, el de Papa de los pobres, por mucho que le hayamos visto limpiar los pies de inmigrantes en Lampedusa. Roncalli también lo fue, aunque no lo exhibiera de un modo tan estridente. Eran otros tiempos, menos mediáticos. Tampoco es solo el de un Papa político, que lo es, malgré lui, porque para astuto y politizado nadie le gana a Wojtyła. Me da a mí que Bergoglio pasará a la historia como el Papa de los valores. Él lo llama, en un lenguaje que no es el mío, misericordia. Prefiero hablar de valores. Este bien que tanto escasea en lo que llevamos de siglo XXI.

UN DISCURSO PARA UN MANUAL 

El discurso que pronunció con motivo de recibir el Premio Carlomagno lo confirma. Era una ocasión única, y él lo sabía. De hecho, hizo una excepción a su renuencia a recibir galardones por la naturaleza del Carlomagno, un premio europeo. Quería hablar de Europa, un continente moral a la deriva, paralizado por miedos atávicos y pulsiones ancestrales. Quería decirles a Merkel, Juncker, Tusk y Schulz, que Monnet, Schuman, Spinelli y los fundadores del proyecto europeo no soportarían la vergüenza que él pasó en la isla de Lesbos. Y lo hizo, en un parlamento que debería encabezar todo manual de salvamento de la Unión Europea. Habló en inglés, pero fue como si hablara en un idioma ajeno a la mayoría de los líderes actuales. Quizá Merkel le entendiera mejor que los demás cuando pidió una Europa «donde ser un inmigrante no sea un crimen». Puede que Schulz fuera más sensible a la idea baumaniana de transitar «de una economía líquida a una economía social». Poco más.

LA APUESTA POR LA CIUDAD

Me pregunto qué debieron pensar los burócratas de Bruselas que diseñaron los términos del vergonzoso acuerdo con Turquía sobre repatriación de refugiados al leer su discurso. Y ni siquiera creo que lo hayan leído muchos de los líderes europeos actuales, por muy cristianos que sean. Prefieren desayunarse con una encuesta electoral que con una soflama del Papa. Lo cierto es que fue un discurso notable. No solo por su encendida defensa de la necesidad de acoger, sumar e integrar. Ni siquiera por su alarmista colofón, a lo Martin Luther King: «Sueño una Europa de la cual no se pueda decir que su compromiso por los derechos humanos ha sido su última utopía». Lo más sobresaliente, a mi modo de ver, es la modernidad con la que el Papa aborda los problemas de Europa. Busca, por supuesto, sustento en los textos propios, la Evangelii gaudium, la Laudato si y la Caritas in veritate, y en antecesores acreditados como Benedicto XVI, para blindarse ante los ataques que sin duda recibirá. Pero lo relevante es su apuesta por la ciudad, entendida esta como «fábrica social». El lugar donde se preservan las historias de sus habitantes y se sintetizan nuevas identidades. No busquen la referencia tradicional a las raíces judeocristianas de Europa. Francisco prefiere hablar de una identidad que «es y siempre ha sido multicultural». ¡Chapeau!

EL CONTRAEJEMPLO DE PÍO XII

Bergoglio llamó a repensar la ciudad el mismo día en que Sadiq Khan era elegido alcalde de Londres. Dos días antes de que este hijo de conductor de autobús paquistaní tomara posesión en una iglesia anglicana. La ciudad, otra vez. Como última esperanza del humanismo y la democracia. El lugar desde donde es posible responder a la pregunta que se hace el Papa en su provocador discurso: «¿Qué te ha pasado, Europa, tierra de poetas, filósofos, artistas, músicos, escritores?». Para armar su pensamiento y rechazar lo que llama «la tendencia reduccionista que mora en cada intento de pensar y soñar el tejido social», Francisco recurre a un texto de Erich Przywara, un jesuita polaco que escribió acerca de la ciudad como lugar de convivencia, al terminar la segunda guerra mundial. Otra vez los valores. Aquellos a los que Pío XII no supo dar prioridad en su interpretación de otro momento dramático del destino europeo. Salvó a miles de judíos, pero no hizo todo lo que estaba en sus manos. Y su papado quedó asociado a las vacilaciones del mundo cristiano frente al HolocaustoFrancisco ha puesto todo su empeño para que la Iglesia no quede atrapada en otro momento de iniquidad.