LA CLAVE
El 'efecto Torrent'
El 'president ' del Parlament ha sido el primer dirigente independentista que ha ganado un pulso a los hiperventilados
Albert Sáez
Director de EL PERIÓDICO
Soy periodista. Ahora en EL PERIÓDICO. También doy clases en la Facultat de Comunicació Blanquerna de la Universitat Ramon Llull.
ALBERT SÁEZ
El independentismo vive inmerso en el 'efecto Torrent'. El flamante presidente del Parlament ha sido el primer dirigente capaz de plantar cara a los hiperventilados que confían antes en la determinación que en la razón. Una minoría necesaria pero no suficiente que ha llevado al mal llamado procés a ponerse plazos y a prescindir de una parte de la realidad. Los hiperventilados se llevaron por delante a Mas y han dejado a Puigdemont en un callejón con difícil salida. Solo el joven Torrent, desde Esquerra, supo aguantar el chaparrón tuitero, el día que decidió "aplazar" que no suspender el pleno de la investidura imposible de Puigdemont. Ese gesto marcó un antes y un después. Primero porque inmunizó a Esquerra de su propia medicina autodestructiva que aplicó la fatídica mañana del 26 de octubre. Las 155 monedas de plata pasaron a mejor vida en el timeline de Rufián. Y segundo porque ha dado oxígeno a quienes, desde la discreta pero eficiente dirección del PDECat, intentan persuadir al president de que abandone el activismo y vuelva a la política. Dicen que es un argumento que ya acepta cuando está a solas con los del partido pero que aún no se atreve a defender ante esos incondicionales que le auparon a la lista propia y que ahora le resultan una mochila cada día más pesada. Entre este grupo también crecen los que se dan cuenta de los límites del activismo cuando se entra en las instituciones.
El 'efecto Torrent' ha empantanado las negociaciones para una investidura efectiva. Asistimos a un duelo de imposibles -si tu pones a Puigdemont, yo pongo a Junqueras- previo al acuerdo final, edulcorado por la reciente y extraña encuesta del CEO: cae la independencia pero no caen los partidos independentistas, mientras que el realismo de Esquerra se impone a la magia de Junts per Catalunya. El tiempo se le acaba a Puigdemont. Todos le reconocen que están en deuda con él porque fueron sus bravuconadas las que le empujaron al exilio, pero también le dicen que si lo quiere todo se puede quedar sin nada. Y quienes más le hielan el corazón son los alcaldes del PDECat, sus antiguos colegas, que le piden un poco de calma hasta las elecciones del 2019. Ahí está el verdadero abismo.
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