Una reflexión pendiente
La educación y los derechos civiles
Es fundamental educar en la convivencia, la democracia y la ciudadanía para vencer las dinámicas patriarcales
Gemma Altell
Psicóloga social. Fundadora de G360.
GEMMA ALTELL
Hace unos días el instituto Samuel Gili Gaya de Lleida pasó a ser conocido porque un profesor de filosofía dijo que las relaciones amorosas y sexuales entre personas del mismo sexo eran antinaturales. El episodio ha causado un importante rechazo social y eco mediático en forma de protestas, diversos artículos de prensa y noticias en la televisión. Afortunadamente nuestra sociedad ya muestra la indignación ante situaciones como la LGTBIfobia y muy poca gente se atrevería hoy a suscribir en público las opiniones de este profesor de filosofía.
En consecuencia toda la carga de la culpa se ejerce sobre este profesor como si sus opiniones fueran una anomalía individual de alguien que está fuera de lo que se espera en el mundo occidental del siglo XXI. Si además le añadimos que está en puertas de la jubilación tenemos el relato perfecto para reducir la situación a la anécdota y al caso particular. Esta es la corrección política en la que estamos instalados pero, como suele pasar cuando nos enfrentamos a cuestiones relacionadas con el género o otros aspectos que tienen una base estructural y patriarcal, el tema va mucho más allá y, sin duda, esta situación que se ha producido en Lleida es un reflejo de lo que seguimos construyendo como sociedad. Como dicen muchos lemas en las manifestaciones feministas este profesor es un hijo sano del patriarcado y este planteamiento no lo podemos obviar.
UNA LEY DESDE EL 2014
No sabemos cuántos profesores/as puede haber que podrían defender o transmitir esta ideología discriminatoria en las aulas. No lo sabemos porque no nos hemos dotado de los mecanismos que aseguren que aquello que está aprobado por ley en un país democrático como el nuestro se garantiza. En el caso que nos ocupa tenemos, desde el 2014, la ley contra la LGTBIfobia y tendríamos que asegurarnos de que se cumple.
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La educación es un ámbito fundamental para garantizar la incorporación de los derechos civiles como valores democráticos y como normas sociales más allá de las leyes; y la transmisión de los mismos no es algo que deba depender discrecionalmente de la ideología individual del docente. Para asegurarlo habría que añadir, de forma transversal, en los currículos académicos la formación en perspectiva de género y la perspectiva LGTBI, que van necesariamente de la mano. Esto permitiría tomar conciencia de que el conocimiento nunca es neutro como tampoco lo son los relatos que hacemos en las aulas. Los/las docentes son profesionales que están educando a la ciudadanía de hoy pero sobretodo a la del mañana.
PILAR PARA SUSTENTAR LA DEMOCRACIA
Cuando la posición de los medios ante un caso como este es la del suceso aislado perdemos la perspectiva transformadora y garantista debemos exigir a nuestros gobernantes. Nos preguntamos por qué –a pesar de tener leyes reguladoras– seguimos teniendo episodios de violencia y discriminación; hay que tener la voluntad política para desplegar las leyes y concebir la educación como uno de los pilares sobre el que hay que sustentar nuestra democracia. Educar no es solo instruir en materias instrumentales para diseñar futuros profesionales que perpetúen un sistema que está en crisis. Es fundamental educar en la convivencia, democracia y ciudadanía porque aquí es donde podemos realmente transformar. Hay que vencer las dinámicas patriarcales que están en el sustrato de nuestra sociedad con las herramientas y mecanismos que ya tenemos, pero las tenemos que usar sin olvidarnos nunca de que han sido aprobadas por una mayoría democrática que tiene la voluntad de garantizar la igualdad y la no discriminación.
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En este caso nos tenemos que felicitar –y aquí viene la segunda cuestión relevante– porque los jóvenes y las jóvenes de Lleida han decidido desenmascarar esta situación mediante movilizaciones e incluso una denuncia a Ensenyament que, desde mi punto de vista, no hacen más que ponernos un espejo a los adultos y decirnos: ¿Y vosotros?... ¿Qué estáis haciendo para que esto no pase? ¿Cómo garantizáis nuestros derechos? Quizá tienen mucho más claro cómo proceder. Que la protesta es un mecanismo legítimo de acción política. Se han creído y han incorporado que las leyes que ayudan a tener una sociedad más justa están para cumplirlas. Parece que sube una generación que nos pone el listón más alto y deberemos ser más exigentes con nosotros mismos. El sistema que hemos diseñado las generaciones previas mostrando grietas cada vez más profundas.
Me resulta curioso ver cómo desde muchas instancias se habla de la pasividad de la juventud, del poco pensamiento crítico, del abuso de herramientas digitales... ¿No será que los adultos nos hemos conformado con algunos cambios casi meramente cosméticos?
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