El turno

Días de rebajas y rosas

NAJAT EL HACHMI

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Mañana del pasado viernes en una tienda del paseo de Gràcia. La cola para enfundarse las piezas elegidas enlaza con la de la caja formando una ele claustrofóbica. Una chica, muy nerviosa, ha conseguido por fin, después de cambiar de talla tres veces, ponerse una falda corta. Le pide opinión a la dependienta -hoy hace las veces de asesora de estilo, madre, hermana o terapeuta-, que le contesta que le queda perfecto. Pero la chica sigue colocándose los cabellos detrás de la oreja de una forma compulsiva. «¡Rafa! ¡Rafa!», grita. Nos mira a las que nos hemos apoyado en la pared quejándose de la ausencia del chico y a nosotras nos coge un pronto de feminismo panfletario: le decimos que no le hace faltaRafapara nada, que es ella la que tiene que verse bien, que si le gusta la falda no es preciso que pida permiso a nadie, etcétera. O sea, que, de hecho, la queremos condenar a la misma soledad con la que hemos acudido nosotras a las rebajas. Lo entendemos poco después cuando vemos a un chico que tímidamente ronda por la entrada de los probadores sosteniendo una chaqueta y un bolso y que no se asemeja en nada al prototipo de censor machista. Y con la confianza asquerosa que dan estos días de convivencia, corta pero intensa, con desconocidos, le decimos: «EresRafa, ¿verdad?». Dice que sí y entra a aconsejar a su pareja, de quien pasamos de criticar la dependencia a envidiar la compañía. La entrada deRafa, debemos admitirlo, nos ha dejado un regusto de tristeza. Por momentos nos habríamos adoptado unas a otras, pero, desconocidas como somos, decidimos meternos solas detrás de las cortinas. A la postre, para acompañar a alguien a comprar hay que conocerlo a fondo y saber descifrar expresiones aparentemente simples como «creo que me hace gorda». Por eso nos acaba quedando clara una cosa: si la chica yRafasuperan un primer día de rebajas, de puente y en pleno centro de Barcelona, es que esta pareja durará toda la vida.