Una figura legendaria del automovilismo

El día que murió Jim Clark

Barcelona debería recordar a aquel granjero escocés que corrió con su bólido en Montjuïc

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MARC CARRILLO

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Su recuerdo es imborrable: un 7 de abril de 1968, en el circuito de Hockenheim, en el 'land' (estado) alemán de Baden Württemberg, cerca de Heildelberg, y a los mandos de un Lotus-Ford de Fórmula 2, moría Jim Clark, el más grande de los pilotos de F-1. Un escocés hijo de granjeros, nacido en el condado de Fife (Kilmany). Corrió siempre con la escudería británica dirigida por ingeniero Colin Chapman, fue campeón del mundo en 1963 y 1965 y ese mismo año ganó las 500 millas de Indianápolis, además de infinidad de carreras en competiciones de turismos con un Lotus-Cortina.

Probablemente alguien no habrá olvidado todavía que una semana antes, el 31 de marzo de aquel 1968, se celebraba la carrera del entonces Gran Premio de Barcelona de Fórmula 2 organizado por el RACC. En aquella primavera de la limitada efervescencia antifranquista posterior a la capuchinada de 1966, en la 'ciudad de ferias y congresos' del alcalde y notario Porcioles y a pocas fechas del mayo parisino, que aquí se viviría entre la distancia y la ignorancia, se produjo un lamentable incidente deportivo para los aficionados del motor.

Embestida de Icks

En el circuito urbano de Montjuïc, a poco de iniciarse la carrera, con los frenos todavía fríos, el Ferrari-Dino del belga Jackie Icks, tras la bajada de la recta del Estadio y al negociar la primera curva de descenso a la Font del Gat, envistió al Lotus de Clark. A las primeras de cambio, la carrera del 'escocés volador' quedaba arruinada. En aquel momento muchos no pensamos nada bueno del fogoso Icks que, cierto, después sería una gran piloto en la F-1 y de resistencia. Aquel día ganó Jackie Steward, otro gran escocés, con el Matra de color azul Francia.

Clark ya había triunfado el año anterior el Gran Premio de Barcelona de F-2 con el Lotus verde inglés y la raya amarilla. Volverlo a ver en la pista pilotando el Lotus 48, propulsado con el célebre motor Ford-Cosworth, y alzar el premio Juan Jover era sin duda el principal aliciente. La escudería ya denominada Gold Leaf Team Lotus, fruto del impacto que el patrocinio publicitario empezaba a tener para sostener los equipos de Fórmula 1, hizo que la marca de cigarrillos transformase el verde histórico en un coche rojo y blanco con el morro dorado. Posteriormente, con Fittipaldi e, incluso, después con Senna, el Lotus pasó a ser negro, siguiendo la estela de los cambios corporativos de la marca de tabaco.

Más allá de la pasión de mitómano, sus manos, el talento del contravolante y las muchas 'pole position' obtenidas, acreditaron a Clark como un piloto fabuloso y elegante. Era un tiempo de circuitos bellos, nada aburridos y arriesgados. Ganó muchas veces en pistas célebres, como en Spa-Francorchamps, cerca de Liège, cuando con sus 'eses de Masta' el circuito alcanzaba los 14 kilómetros, el doble que ahora. Seguramente la pista más interesante en términos deportivos. En el muy difícil y agotador Nurburgring (Nordschieife), que surcaba 23 kilómetros de las montañas de Eiffel, en el 'land' alemán de Renania-Palatinado, muy peligroso, sobre todo cuando llovía, lo que le valió ser conocido como el 'infierno verde'. Sin olvidar el mítico Zanvoort en Holanda, entre dunas y cercano al mar del norte; o el muy rápido Kyalami, no lejos de Johannesburgo, en la época del 'apartheid' sudafricano.

Era un tiempo en el que las medidas de seguridad de coches y pistas eran muy reducidas (las balas de paja y después los raíles de acero). Una época en el que no era extraño que pilotos muriesen compitiendo: junto a Clark, entre otros, en aquella época fallecieron Bruce Maclaren, el creador de la actual escudería, en Goodwood; Jo Schlesser en Rouen,  Lorenzo Bandini, carbonizado en Mónaco, como el suizo Jo Siffert en Brands Hatch, François Cevert en Watkins Glen y tantos otros. Afortunadamente, ahora ya no es así, con la excepción del gran Senna y el austriaco Ratzemberger en Imola en 1994 y la todavía reciente del francés Bianchi en el 2014 en el excelente circuito japonés de Suzuka. Por cierto que, las circunstancias de ese accidente explican que desde la presente temporada los coches vayan equipados del llamado 'halo' para proteger la cabeza del piloto.

El pedigrí de Barcelona en la organización de competiciones automovilísticas está acreditado por la historia. Además de Nuvolari en el Montjuïc de la segunda república, Fangio y Ascari en el Pedralbes del túnel de la dictadura del general franquísimo, la ciudad habría de recordar, per ejemplo al final de la recta del Estadio, que aquí corrió y ganó un granjero de Escocia llamado Jim Clark.