Cultura y poder, relaciones peligrosas

JOSEP MARIA POU

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El Gobierno chino quiere enviar a los artistas a vivir durante un tiempo a aldeas, comunidades y cuencas mineras para que conozcan de primera mano la auténtica vida del pueblo, y así, estudiada y analizada la realidad, puedan, luego, plasmarla mejor en sus obras de creación. Huele a Mao que atufa. Peligro, peligro. Aunque pienso enseguida en lo afortunados que son los artistas chinos: su gobierno solo quiere mandarles al campo. El nuestro quiere mandarnos a la mierda. Y se emplea en ello con su mejor artillería.

Hablo de artistas y de gobiernos. Hablo, pues, de arte y  política, de poder y cultura, y de las difíciles relaciones entre ambos. La tentación de manipular la cultura, con fines meramente propagandistas o más profundamente ideológicos, es común a muchos gobiernos. Algunos, atentos a Oscar Wilde, se dejan caer en ella. Otros, intentan navegar en línea recta, sin arrimarse demasiado a ninguna de las dos orillas. Pero en aguas turbias predomina el claroscuro, y en ese totum revolutum se disuelven, muchas veces, actitudes peligrosas.

Acaba de publicarse El cura y los mandarines, de Gregorio Morán (sabatino y felizmente intempestivo). Un libro al que estoy deseando hincarle el diente. Un libro de larga y rigurosa gestación, pero de alumbramiento accidentado. Digamos que ha sido un parto con fórceps. Por suerte, la editorial Akal ha acudido a última hora a facilitar el nacimiento y la criatura está ya en las librerías sana y salva. Y entera, que es lo que importa. Morán analiza las relaciones entre la cultura y la política española de 1962 a 1996, un camino que nos lleva del franquismo a la democracia, pasando por una transición muy cuestionada últimamente.

Su lectura me acompañará en los primeros días de las representaciones de Prendre partit, la función que estreno hoy mismo en un teatro de Barcelona. Porque -feliz coincidencia- la función tiene también, como tema central, el del compromiso de artistas e intelectuales con el poder, apoyándose, en este caso, en la figura del mítico director de orquesta Wilhelm Furtwängler  y sus controvertidas relaciones con el régimen de Hitler. Una función envuelta en Beethoven y en la que caben afirmaciones tan precisas como esta: «Es díficil oler a rosas cuando llevas tiempo arrastrándote por las cloacas». O tan rotundas como esta: «Ningún país puede prescindir de sus artistas sin perjudicar irrevocablemente su vida cultural».