Al contrataque

Cuanto peor, mejor

España no parece tener un proyecto válido en el que quepan bien ni ella misma ni Catalunya

Rajoy y Puigdemont, durante el homenaje a las víctimas de los atentados terroristas en Barcelona y Cambrils.

Rajoy y Puigdemont, durante el homenaje a las víctimas de los atentados terroristas en Barcelona y Cambrils. / periodico

ANTONIO FRANCO

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Los debates de los últimos días del alto mando indepe revelaban lo mucho que atraía a buena parte de sus miembros aquello de cuanto peor, mejor. Preferían que el aplastamiento de las instituciones catalanas fuese lo más contundente posible para poder quejarse después de un abuso sin límites de España. Eran las tesis suicidas de la CUP elevadas a la categoría de política de país. En su opinión, la reconstrucción nacional paso a paso que ilusionó a tantos y tantos catalanes -amplio autogobierno, recuperación de la lengua, modelo de escuela decidido por el Parlament, municipalismo innovador, modernización económica- debía sacrificarse para que el mundo no dudase de la maldad de España.

Este jueves se les sumó al espíritu del cuanto peor, mejor el PP de Rajoy, que prefirió insistir en el 155 antes que cualquier posibilismo de distensión que quizá pudiese salir de un adelanto de elecciones convocado desde la Generalitat. No aprovechó la vacilación de Puigdemont. Frenó la elaboración de listas de traidores, cobardes y débiles que ya hacían muchos indepes. En cualquier caso, de ese ámbito no ha surgido la menor autocrítica por el aventurerismo del procés, por iniciar la secesión sin seguridad de que la desease la mayoría de los ciudadanos. La independencia es una aspiración legítima, pero así indudablemente no. Tampoco se reconocían sus errores de malos profesionales: equivocarse sobre la correlación de fuerzas, creer sus propias mentiras sobre el escenario internacional, preocuparse más por construir un relato dominante favorable que por conseguir un respaldo mayoritario real en lo social y lo económico.

Una larga anormalidad

El mal futuro que nos espera es perfectamente previsible: una anormalidad normalizada, larga, pesada, sin solución en años. Porque España no parece tener un proyecto válido en el que quepan bien ni ella misma ni Catalunya. Pero en Catalunya, enredada por la mediocridad de sus dirigentes, hay una posible mayoría electoral de una élite separatista que confunde ilusiones con soluciones.

Mientras, una amplia opinión pública preferiría fórmulas que los secesionistas no le han propuesto en sus simulacros de consulta. Puigdemont y compañía, junto a los Rajoy, el inquietante Maza, el Rey que desaprovechó su oportunidad, Zoido y sus policías agresivos,  y los electores acostumbrados aquí y allá a votar sin castigar la corrupción, nos encarrilan hacia esa continuidad inestable, desabrida y malcarada.

Pero no pierdan de vista el partidismo imperante. Estos últimos días los indepes estaban tan preocupados por discutir su suicidio como por intentar que ni el PSC ni los comuns puedan llegar de pie a las próximas urnas. Ese dato anticipaba que en el fondo estaban pensando sobre todo en las elecciones futuras.