Análisis

Conocer mejor a los terroristas

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ANDREU CLARET

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No me gusta hablar de guerra, cuando se trata de erradicar el terrorismo, porque creo que simplifica las cosas, pero aceptemos el reto. Supongamos que estamos en guerra. Entonces vayamos a los clásicos."Si conoces al enemigo y a ti mismo, no debes temer el resultado", dice Sun Tzu, en uno de sus célebres aforismos. Empecemos por aquí.

¿Sabemos quienes somos? Sabemos más o menos lo que queremos ser: sociedades que aspiran a vivir en libertad. Y a defenderla. Pero no a costa de los demás. Porque si fuéramos esto, los terroristas tendrían mucho recorrido. Y si no, véase el que les hemos facilitado con la guerra de Irak. Nos metieron en ella para acabar con el terror y la guerra sembró de terror medio mundo. De aquellos barros vinieron estos lodos.

LA TRAMPA DEL ENEMIGO

Solo venceremos desde la democracia. Para ganar votos hay que decir, como Juppé, que las víctimas de Niza se podían haber evitado. Sin sonrojarse. Cuando los cadáveres estaban todavía tendidos en el paseo marítimo. Pero para no caer en la trampa del enemigo, hay que saber cuál es su estrategia: provocar un conflicto en las sociedades europeas. Bin Laden no consiguió que esto ocurriera en EEUU. Al Bagdadi piensa que Europa es el eslabón débil de Occidente.

La noche de la masacre de Niza, una mujer tuiteó: "je suis epuisée", estoy agotada, como si ya no nos quedara ánimo para identificarnos con las víctimas como hicimos cuando 'Charlie Hebdo'. Y la etiqueta se hizo viral, expresando una impotencia planetaria. De hecho, hace unos días, fracasó 'Je suis Bagdad'. De nada sirvió que los muertos fueran 300, el saldo más mortífero desde las Torres Gemelas. La fatiga sustituye poco a poco a la indignación. Estamos extenuados.

Es lo que pretenden los estrategas del ISIS: desarmar a la sociedad y rearmar al Estado; paralizar la calle y militarizar el poder. Si lo consiguen habrán ganado. Puede que ellos también pierdan en el juego, pero el precio de la victoria serían unas sociedades inermes y unos ciudadanos dispuestos a lo que sea con tal de vivir seguros.

EL OXÍGENO DEL MONSTRUO

El drama de Francia nos puede ayudar a conocer mejor al enemigo. Sin reducirlo a musulmán. Ni siquiera a yihadista.  Francia nos enseña que hay que llevar la batalla en varios campos a la vez. Hay que quitarle oxígeno al monstruo. Acabar con la guerra de Siria, porque sin acabar con este estropicio, nada será posible. Pero sin confiarse, porque la paz, que solo puede ser impuesta, creará otros problemas. Entre ellos el retorno de miles de desquiciados que volverán del mundo nietzscheano en el que han vivido durante años.

También hay que robarle al ISIS el relato milenarista edificado sobre las mentiras del salafismo. No es tarea fácil. Durante medio siglo Arabia Saudí ha financiado un submundo hecho de ideas medievales en el que navegan los predicadores del fin del mundo. Con 5.000 millones de dólares al año para mezquitas y madrasas. El objetivo bien vale unos cuantos miles de barriles de petróleo.

EL ODIO

¿Y mientras tanto? Otra vez: conocerlos mejor. ¿Que tienen en común MerahMohamed Lahouaiej Bouhlel y todos los que han sembrado el terror en los últimos años? El odio. Y una voluntad deliberada de matar. Hasta el extremo de morir matando. Pero mientras unos son profesionales del crimen que actúan en comando, otros son personajes desastrados y solitarios. Mientras unos han pasado por campos de Waziristán, otros solo aspiran a islamizar una trayectoria personal hecha de soledad y fracasos. Como este ladrón de bicicletas de Niza, putero y tan poco musulmán que no rezaba ni por el Ramadán. Engatusado por algún profesional del extremismo.

Hay que tener en cuenta los dos perfiles. Unos porque sueñan en algo grande, a lo Mohammed Atta, y sacan fotos de centrales nucleares. Otros porque practican modalidades de matar 'low cost' que resultan terroríficas. No se les puede ignorar.