Ventana de socorro

Un cochecito alemán

ÁNGELES GONZÁLEZ-SINDE

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Conduzco un cochecito alemán, el más pequeño de su marca. Me gusta así. Cuando me subo en él, doy por hecho que llegar a los sitios será espantoso y aparcar será un infierno, así que cuanto menos molestemos y menos contribuyamos a ese caos mi utilitario y yo, mucho mejor.El sábado intenté llegar a la exposición del fotógrafo Josef Koudelka en Madrid. Acceder al aparcamiento previsto resultó laberíntico porque el ayuntamiento ha cambiado de dirección la calle. Para cuando logré aparcar y me planté en la Fundación Mapfre, era tardísimo, ya estaban cerrando. Fracasé en mi absurda intentona de desplazarme con vehículo propio. ¡Y eso que era un día sin tráfico ni atascos!

Me interesan tan poco los automóviles que el mío cumplió estos días 12 años. Me resisto a renovarlo, va de maravilla, es un motor alemán, hubiera dicho a quien me preguntara. Después del escándalo de Volkswagen respondería otra cosa, expresaría mi decepción, la sensación de estafa. Lo miro y ahora todo son dudas. Es como cuando mi pacífico boxer un día atacó a otro perro por la calle. Durante un tiempo le miré con otros ojos. ¿Era posible que aquel animal tan faldero, dócil, sensiblero, que no ladra y mueve el rabo ante cualquier extraño llevara una bestia dentro? Tuvieron que pasar muchos meses de buena conducta para que volviera a ganarse mi confianza. Me tuvo que demostrar con hechos que aquel incidente callejero había sido una excepción que no se repetiría.

Ahora con los coches alemanes me pasa lo mismo. Sabía que la industria del automóvil es un activo responsable de la contaminación, de un urbanismo nocivo y que el mundo sería muy distinto si allá por los años 30 y 40 del siglo pasado en Estados Unidos no se hubiera desmantelado el transporte colectivo urbano e interurbano para favorecer a los fabricantes de Detroit, pero hoy que sé que mienten a sabiendas me planteo si el coche no es un medio de locomoción que haríamos mejor extinguiendo que potenciando.