Al contrataque
Un balcón para la 'estelada'
Sílvia Cóppulo
Periodista y psicóloga.
Licenciada en Psicología y Doctora en Comunicación. Profesora de Comunicación en la Universitat de Barcelona
SÍLVIA CÓPPULO
La Tere ha cogido el metro en la parada del Paral·lel. Durante meses ha tenido que respirar polvo y más polvo por las obras, y, además, todo estaba cortado. Pero finalmente su calle ha quedado muy bien. Le gusta. Es como más moderna. El metro la ha dejado en la plaza de Catalunya en pocos minutos. No ha tenido que esperar mucho, aunque iba muy apretujada. Hay mucha gente a esta hora. Funciona bien el metro. Está limpio, por los altavoces informan de todo… Claro que le parece que la T-10 es demasiado cara. En casa no andan sobrados. No sabe que el transporte aquí es mucho más barato que en el resto de ciudades de Europa porque las instituciones asumen más de la mitad del coste real.
El año pasado la operaron. Cosas de mujeres, ya sabes, dice ella. Tuvo que esperar varios meses; pero lo que cuenta es que al final todo salió bien. El médico, las enfermeras y el hospital, todo. Lo normal. Ni se imagina la Tere que muchos países ricos no tienen ese nivel de atención. Ya vuelve a trabajar por las mañanas tres días a la semana. Limpia, y las casas de los otros brillan tanto como la suya. Se cuida de las flores, plancha y recoge la ropa. «Me gusta mi trabajo», dice, y sonríe.
A su marido también le va mejor. Ahora trabaja por su cuenta en casa con el ordenador. Diseño gráfico o algo así. Hubo un tiempo en que no le salía nada y se les acabó el paro. Acabaron viviendo del dinero que ella ganaba haciendo horas de limpieza. Se habían comprado un piso al lado mismo de la Vila Olímpica. No era muy grande, pero olía a nuevo y a ella le ilusionaba que estuviera tan cerca del mar. A veces se acuerda de aquella terracita con geranios y un rosal. Pagaban religiosamente la hipoteca cada mes, hasta que un día se terminaron los ahorrillos y tuvo mucho miedo. Lo podían perder todo.
Saldar la deuda
Su marido es un hombre cabal. Se sentaron a echar cuentas y vieron con tristeza que tenían que vender el piso. Fue en los inicios de la crisis y tuvieron suerte. Pudieron saldar la deuda con el banco y ahora están viviendo de alquiler.
Anda atareada la Tere. Su madre se ha venido a vivir con ellos, porque ya no podía continuar más sola en el pueblo. Cobra una pequeña pensión para ir tirando. Lo normal. Cuando la pequeña no puede ir a la guardería pública porque está resfriada, ella la cuida. Le gusta hacerlo. Su nieta es catalana y ella está muy orgullosa de que lo sea. Están bien aquí y quiere a Catalunya; ella, que no entiende nada de política. Cuando le hablan de la independencia, no responde. Se pregunta qué podrían ganar ellos y la gente sencilla como ellos.
Tiene una vecina que siempre le insiste con el tema. Un día le llamó a la puerta para darle una bandera y ella se enfadó. «¡Qué quieres! Ya no tengo un balcón en el que poder colgar una 'estelada'».
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