Dos miradas

#MeToo eclesial

Hace falta que sacerdotes y monjas rompan el silencio. Ante la burla de la comisión antipederastia, solo cabe un #MeToo imparable

El cardenal Ricardo Blázquez, presidente de la Conferencia Episcopal.

El cardenal Ricardo Blázquez, presidente de la Conferencia Episcopal.

Emma Riverola

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Confiar a un pirómano la vigilancia del bosque. Eso es lo que ha decidido la Conferencia Episcopal. Solo que, en vez de bosques, está en juego el infierno de muchas personas. El infierno en vida, no el metafórico. ¡Qué triste, qué cruel, qué terrible humillación y desprecio por las víctimas!

La comisión antipederastia creada por la Iglesia católica española será presidida por un obispo que encubrió abusos y que no expulsó al sacerdote autor de los mismos. Además, también colaborará con la comisión otro cura que, según el padre de una víctima, gestionó y archivó de forma “negligente” la denuncia de los abusos sufridos por su hijo.

Solo caben dos escenarios que expliquen el despropósito: o la Iglesia ha sido incapaz de encontrar un solo miembro libre de culpa o la comisión es un capítulo más de la hipocresía histórica que ha protagonizado. Es fácil llegar a la conclusión de que estamos ante un grosero lavado de cara de la jerarquía eclesiástica. No hay voluntad real de asumir la culpa e implicarse en el combate contra la pederastia. Demasiados siglos de no predicar con el ejemplo. La presión de las víctimas ha hecho que, al menos, la Iglesia sienta la necesidad de ‘hacer algo’. Hace falta que sacerdotes y monjas rompan el silencio. Son muchos los que saben, los que han visto, los que intuyen. Quizá, también, son muchos los que han sido víctimas. Ante la burla de la comisión, solo cabe un #MeToo imparable.