OPINIÓN

Antoine, no te llama el Barça ¡te llama Messi!

Hay quien piensa que es un futbolista que, vestido de azulgrana, metería miedo, y marcaría aún más la diferencia, y se proyectaría al Balón de Oro

Antoine Griezmann, en la final de la Europa League.

Antoine Griezmann, en la final de la Europa League. / periodico

Emilio Pérez de Rozas

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Me lo dijo Andoni Zubizarreta. Vale, sí, siempre hablo de Andoni Zubizarreta. Pues sí, siempre hablo de él porque es mi amigo, porque ha sido muy grande, porque sabe de fútbol, porque analiza la situación como nadie, porque ve el fútbol como me gusta verlo a mí y porque creo que el tiempo lo ha convertido en todo un referente.

Repito, me lo dijo mi amigo ‘Zubi’. Ese chico tiene de todo. Cuando hablas de un futbolista diferente, puedes incluirlo en ese grupo. Cuando te reúnes con los tuyos, Narcís Juliá y Albert Valentín, y haces listas, escoges, analizas, visionas, te lo imaginas, no ya en tu equipo, lo que sería un sueño, sino en cualquiera, cuando los ves jugar, dices, este para mí, como ocurría en el patio del cole. Si podías elegir el primero, ese para mí.

Porque lo tiene todo, Emilio. Puede jugar de centrocampista, puede hacer de media punta, puede jugar de extremo por cualquier lado, puede vestirse de falso nueve, tiene llegada, tiene disparo, tiene centro, tiene gol, tiene visión de juego y, sobre todo, tiene pase, ve, como veía ‘Michelino’, con el rabillo del ojo. Juega y hace jugar al equipo, una doble condición que está al alcance de muy pocos, solo de los escogidos.

Y, sí, Antoine Grezmann, que tendrá todo lo que le quieran castigar desde Madrid, los críticos y la afición colchonera, yo no lo oculto, pero futbolista, jugador de fútbol, estrella, arte, virtud, desequilibrio, eso, Emilio, eso, desequilibrio, tiene tanto como Messi.

Es evidente, ¡claro que sí!, que el Atlético merece tener un futbolista así. Es cristalino que la trayectoria del añorado ‘el Pupas’ le ha situado, ahora sí, entre los aspirantes a ganar esa maldita Champions del minuto 93, del desesperante 24 de mayo del 2014, en una situación donde debería poder mantener, convencer, persuadir, atraer, encantar, ilusionar, contagiar a alguien como Griezmann para que se quedase. Pero lo malo, lo peor, lo horrible, es que, posiblemente, no estamos hablando de dinero. A menudo esas estrellas son tan pobres que solo tienen dinero. Y buscan algo más.

Y es ahí donde, en esta ocasión, ha aparecido el Barça, viendo una oportunidad de oro, de ‘solo’ (¡Dios, que pecado!) 100 millones de euros. Y es entonces cuando alguien piensa (y no es Griezmann, no) que ese futbolista, vestido de azulgrana, metería miedo. Y marcaría aún más la diferencia. Y daría un salto en el vacío del estrellato. Y se proyectaría hacia el Balón de Oro. O hacia el más allá.

Y es entonces cuando para completar la maniobra, el acoso y derribo, la operación conquista, va Leo Messi, Dios con botas de fútbol, y dice que le gustas, que eres muy bueno, que te quiere a su lado. Y escuchas los pitos del Wanda y dices: "pues me voy, ¡que caray!".

Y te vas. O no. Sí, venga, ven. Has nacido.