Gente corriente

Aleyda Yanes: "Me rapé porque estaba harta de ser la niña mona"

Feminista de acción. Hija de político, esta psicóloga de 30 años concibe su cuerpo como herramienta de transformación social.

Aleyda Yanes.

Aleyda Yanes.

GEMMA TRAMULLAS

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Cuerpos invisibles bajo el burka, cuerpos amoratados por la violencia machista, cuerpos exhibidos como objetos, cuerpos controlados por la medicina. En la historia de las mujeres también hay cuerpos que se rebelan. El pasado 7 de marzo, Aleyda Yanes empleó su piel como pancarta en una acción contra una concentración antiabortista en Barcelona. Sobre el pecho y el vientre, dos herramientas maternales, se pintó: Dret al propi cos.

–El día siguiente era el día de la mujer y su foto salió en los periódicos.

–Los ultracatólicos habían elegido una fecha histórica del feminismo y quisimos hacer algo que impactara para que no quedara sin respuesta. Pero no esperábamos la repercusión mediática que tuvo el tetazo.

–Perdón, ¿el qué?

–El tetazo. Es una manera de usar nuestro cuerpo políticamente. El cuerpo de las mujeres siempre estuvo para la mirada masculina y son otros los que aún deciden su uso. Es una técnica que data de los 70, cuando las mujeres quemaban sus sostenes, y es una tradición en los Encuentros de Mujeres en Argentina.

–¿No teme que el desnudo pueda llegar a tapar el mensaje?

–Que el mensaje fuera tergiversado era una posibilidad, pero ningún periódico banalizó totalmente el uso que hacíamos de nuestros cuerpos.

–¿Hacíamos? ¿Quiénes?

–Éramos varios colectivos que luchamos por el aborto libre, seguro y gratuito. Yo pertenezco a una colectiva de acción feminista formada por mujeres y lesbianas. Somos radicales de raíz, no de violencia.

–Una aclaración necesaria.

–Actuamos en oposición al patriarcado, a las instituciones que prolongan el orden establecido, como la Iglesia, la familia… Queremos transformar las cosas, no luchar contra los varones. Tengo la carrera de Psicología y dos másteres. He trabajado de camarera, con indigentes, con toxicómanos, con menores, y ahora con mujeres en barrios. El feminismo es de muchos lados o no es, y hay hombres que nos apoyan.

–¿Su padre?

–Es un soñador metido en política. Le han dado muchas puñaladas, porque también quiere cambiar las cosas. '¡No entiendo por qué sigues en la política formal con todo lo que te ha pasado!', le dije una vez. Y él me contestó: '¿Y qué hago? ¿Tiro la toalla y que se queden los de siempre?' Él es más políticamente correcto. Cuando vio el tetazo me dijo, con una media sonrisa, que no le gustaba verme tan expuesta. Mi madre compartió la media sonrisa y el comentario, aunque ella es la primera en compartir esta y otras luchas.

–Es que la imagen era fuerte.

–Sí, verme con la cabeza rapada detrás de un cordón policial y con el cuerpo pintado fue un shock para ellos. '¿Es que siempre tienes que ser la más transgresora?', dijeron.

–¿Lo es?

–Me crié en Tenerife, en una familia relativamente tradicional, y eso tiene su coste. No tengo pareja, no soy heterosexual, no tengo trabajo fijo, ni hipoteca, ni coche. He hecho pequeñas disidencias por el camino que a sus ojos son osadas, pero quizá tampoco sea la gran transgresora.

–¿Disidencias?

–El nombrarte lesbiana es una transgresión, es una palabra que lleva implícitas opresiones específicas. Es un continuo salir del armario, con la familia, con los amigos de cuando tenía pareja masculina y con la gente nueva que automáticamente piensa que soy heterosexual. Eso no es lo normal, es la norma. Mi madre dijo: '¡Pero si tú eres guapa y muy femenina!' Les cuesta comprenderlo.

–Tiene una imagen dura, de lucha.

–Al desarrollarme sentí la mirada de los varones sobre mi cuerpo. Ser guapita era más importante que ser inteligente. Llevaba el pelo largo y un flequillito, pero me rapé para romper con el patrón de belleza femenina estereotipada. Estaba harta de ser la niña mona. Luego leí a Simone de Beauvoir, Adrienne Rich y Monique Wittig. A través de ellas descubrí lo que sentía y entendí que podía compartir mi vida con una mujer.

–Después de cambiar su imagen...

–Cambió la mirada de los varones: me miran menos y de otra manera, con menos morbo, con una mirada menos violenta y sexualizadora.

–¿Cómo lleva la idea de ser madre?

–Fatal. Me crié dándolo por supuesto. A mí el embarazo me fascina, el que puedas albergar una criatura dentro, pero no lo tengo claro, no sé si lo puedo afrontar con claridad e independencia. Cuando mi hermana y yo nos fuimos de casa, mi madre se quedó sin saber qué hacer. Esa dependencia me impresiona.