Al contrataque

Air Morbo

La catástrofe aérea del martes volvió a poner al periodismo entre la espada de la información y la pared del sensacionalismo

ERNEST FOLCH

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¿Cómo se explica una tragedia? No existe ningún manual que instruya sobre cómo relatar un terrible accidente que deja a 150 familias destrozadas. La catástrofe aérea del martes volvió a poner al periodismo entre la espada de la información y la pared del sensacionalismo. La repentina desgracia provocó una espontánea y espectacular carrera en la que todos los medios competían para ver quién hacía el despliegue más aparatoso. Al principio, en la mayoría de los casos hubo sin duda buena voluntad, la de la mirada que antes que escandalizar quiere ayudar a los que más lo necesitan, con teléfonos de emergencia, declaraciones oficiales y explicaciones lógicas de las posibles causas del accidente. Pero a medida que pasaban las horas, en muchos programas, especialmente televisivos, la información dejó paso al sensacionalismo barato y empezó un innecesario desfile de imágenes de familiares llorando a su llegada al aeropuerto de El Prat. Hubo quien incluso se dejó llevar por el amarillismo de enseñar las fotos de las víctimas sin que, por supuesto, se hubieran tomado siquiera la molestia de consultarlo a las familias.

Un bien de consumo más

De hecho, no es ni relevante dictaminar qué medios o periodistas traspasaron la línea roja y cuáles se contuvieron, porque todos pudimos haber caído en la misma trampa. Y es que el problema en realidad es sistémico, y tiene que ver con que el periodismo es un bien de consumo más, que en días como el martes está obligado a rellenar una cantidad desproporcionada de horas en relación con la escasa información objetiva que se tiene. Pero era sin duda el tema del día y así es la implacable ley del mercado, del que todos vivimos: ante la demanda se suministró la oferta necesaria, como prueban las espectaculares audiencias. Lo que sucede es que el mercado no puede ser tan libre como se pretende y hay que atajarlo, porque si no corremos el riesgo de que la única verdad sea nuestra propia audiencia. La terrible tragedia del avión de Düsseldorf afloró la tendencia al morbo de nuestros medios por pura necesidad de relleno.

Indagar en todas las posibles causas que provocaron la caída del avión es periodismo, pero poner el foco en los familiares en el momento exacto de la pérdida es explotar un dolor ajeno que nada añade. De la misma manera que se ha acabado imponiendo un código deontológico para proteger a los niños, debería haber una norma para proteger el dolor de los familiares tras una tragedia. No vale todo, y mucho menos en nombre de la audiencia, es decir, del dinero. Las cuentas de resultados no están por encima del derecho a la intimidad. La noticia de Germanwings nunca debería haberse convertido en Air Morbo. A los periodistas que siempre juzgamos a los demás nos toca ahora, con razón, ser juzgados. Al menos, aprendamos algo para la próxima vez.