exposición
Los huesos del fin del mundo
Álvaro Soler Arpa crea animales con cuerpo de alambre y cráneos de osario para denunciar la destrucción de la Tierra por parte del hombre
Natàlia Farré
Periodista
Natàlia Farré
A Álvaro Soler Arpa le gusta crear con huesos. De animales, por supuesto. Un material que no es fácil de conseguir. Por eso, antes de ponerse a trabajar, este artista nacido en Girona en 1974 se pone a desenterrar. "He hecho las expediciones más estrambóticas que puedas imaginarte para buscar huesos, desde visitas a mataderos y plazas de toros a desenterrar animales; otros los consigo en muladares, y luego están los taxidermistas, que cuando me ven me hacen la ola". Excursiones que suman montones de anécdotas, más de un susto y algún encuentro inesperado con la mismísima Guardia Civil.
No escoge el material por una cuestión fetichista sino por su naturaleza: "Es como la mejor madera: superduro, robusto y muy noble", afirma. Algo que descubrió con su primera serie, 'Craniums', en la que convertía cráneos de toro en esculturas. Así conseguía dos cosas: desvincular el hueso de cualquier connotación negativa. Ya saben, evitar aquello tan humano de asociar los restos con la parca. Además de rendir tributo al toro, animal emblemático en todas las culturas mediterráneas.
Menos estética y más reivindicativa fue 'Evolució tòxica', serie en la que Soler Arpa actuó a modo de doctor Frankenstein construyendo animales imposibles a partir de juntar huesos de diferentes especies. Seres que llevaban mensaje conceptual y también visual: estaban rellenos de bolsas de plástico y otros residuos poco reciclables. Muy gráfico: el ser humano puede ser el ser más racional del planeta pero también, puestos a hablar en lenguaje animal, el más cerdo.
CONCEPTO Y ESTÉTICA
Con la nueva serie, 'Escultures de la fi del món', y la exposición, en la galería Miguel Marcos (Jonqueres, 10) hasta el 30 de noviembre, Soler Arpa sigue denunciando la destrucción del mundo por parte del hombre, pero sus esculturas se han vaciado de detritus. Aquí lo que manda es el movimiento y el gesto de sus bestias. Violencia y miedo. "Es una lectura menos condicionada", afirma, pero el tema sigue siendo el mismo.
"La idea surge al pensar qué encontraría en la Tierra si aterrizara en el año 5000: animales torturados, animales tullidos, animales que cuando el mundo se acabe habrán sido víctimas del maltrato que los humanos hemos dado al planeta", apunta. La culpa de todo ello la tiene, a juicio del artista, "el ego del macho, lo más destructor que existe". Dos egos enfrentados son lo peor. De ahí, las dos esculturas, un toro y una vaca, que se retan al inicio de la exposición.
Pero que nadie se asuste. Miedo, violencia y destrucción, sí, aunque también cierta belleza. Las piezas de Soler Arpa mantienen la armonía del movimiento y la ligereza que les da el alambre. Además, los cráneos -zorro, urraca, buitre, garza, toro, vaca, cuervo y mustela- lucen en dorado. No es una cuestión estética, aunque el oro se la da, sino de concepto: "Lo vinculo con el ego, la soberbia... con todos los pecados capitales y esa ansia de tener, aparentar y ser más que los demás", concluye.
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