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'Lean on Pete': hacia la adultez, golpe a golpe

La nueva película del británico Andrew Haigh refleja la conmovedora odisea de un adolescente que cruza América con un caballo en busca de un lugar al que llamar hogar

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Nando Salvà

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Para Charley, el adolescente que se halla en el centro de 'Lean on Pete', el camino hacia la madurez será especialmente traumático. Su historia se resume rápidamente: sacudido por la repentina muerte de su padre, emprende un viaje a través de Estados Unidos en compañía del avejentado caballo de carreras cuyo nombre sirve de título a la película y al que trata de salvar del matadero. Va en busca de un lugar donde refugiarse pero también, sobre todo, de alguien con quien conectar, y esto último lo alinea con los protagonistas de las magníficas películas previas del británico Andrew Haigh, títulos como 'Weekend' (2011) y '45 años' (2015).

LO DIFÍCIL DE HACERSE MAYOR 

A medida que Charley se va cruzando con sucesivos moradores de una América dejada de la mano de Dios, y se enfrenta a penuria tras penuria, cada vez queda más claro que para él el caballo es, más que un caballo, algo en lo que invertir toda su energía emocional. Decepcionado y abandonado por todos los adultos presentes en su vida, de repente el muchacho empieza a sentir que él y Pete están solos contra el mundo. 

Haigh nos lo presenta como un trabajo en curso, una versión a medio hacer del hombre en el que se convertirá. En cuanto Charley toma contacto con la desolación y la hostilidad del mundo adulto huye en dirección opuesta, pese al hecho de que a lo largo del periplo la adultez va entrando en su vida, haciendo que su cara se ahueque y endurezca a causa del dolor, la desesperación y la soledad que se ve obligado a tragar. 

Lo peor que puede sucederle acaba sucediéndole, en varias ocasiones, y pese a ello el muchacho sigue adelante. No tiene otra opción. Y llegado el momento, después de haber asistido indefenso a varias escenas de violencia, él mismo responderá a su desesperación mostrándose capaz de ejercer la brutalidad.

Es una evolución desoladora que Haigh detalla evitando una y otra vez sucesivas oportunidades para hacernos soltar la lágrima; prefiere construir lentamente el tipo de emotividad sutil que el cine basado en la amistad entre un niño y un animal casi siempre desdeña. Y, a pesar de ello —o quizá más bien precisamente por ello—, no hay forma de seguir a Charley en su viaje sin acabar con el corazón aplastado.

Porque la terrible verdad que a lo largo de él se nos confirma es que hacerse mayor es aprender que hay cosas que uno no puede arreglar y males que no pueden deshacerse, y que no podemos ni salvar a los demás ni ser salvados por ellos y que, por tanto, todo cuanto podemos esperar es que alguien, siquiera por un instante, al menos nos ofrezca un punto de apoyo. 

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