teatro

'L'Alegria': una historia del extrarradio

La sala Beckett programa un drama social que nos habla de la lucha contra la precariedad

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José Carlos Sorribes

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De vulnerabilidad, de exclusión social, de (in)solidaridad, de egoísmo, de precariedad, de capacidad de lucha... Son las líneas maestras de una historia que no puede ser más actual, en estos tiempos de desamparo para tantos. De eso, y no es poco, nos habla L’alegria, de Marilia Samper, la autora hispanobrasileña y residente de la Sala Beckett. Allí estrena este drama social de extrarradio con aroma a Ken Loach y también, en un viaje más atrás en el tiempo, a Henrik Ibsen por su apuntes éticos.

Júlia vive con su hijo Eli, que sufre parálisis cerebral y va en silla de ruedas, en un piso de las afueras de la ciudad y con una barrera de nueve escalones para acceder a la calle. Es una zona muy mal comunicada, con la autopista a sus pies y con bloques de protección oficial, cada uno de color diferente. Vamos, que podría ser Singuerlín, en Santa Coloma de Gramenet.

Eli tiene ya 20 años y su madre sufre una hernia discal que le impide llevarlo en brazos, como cuando era pequeño, para superar los nueve escalones. Por lo tanto, el joven discapacitado ya no puede salir a la calle. Júlia no se conforma y plantea a sus vecinos la posibilidad de instalar una rampa. Dos de esos vecinos, Vera y Ramon, son los otros dos personajes de la obra.

Samper dibuja un cuadro que oscila entre el ánimo de denuncia y la cara sensible, más humana. Va de las imaginativas escenas sobre los inacabables trámites burocráticos telefónicos o las reuniones de vecinos al cariño que manifiestan hacia Eli su madre y también Ramon, el vecino de arriba y presidente de la escalera. Con Vera también hay una sólida amistad, pero flirtea el mutuo interés. Algo menos ingenuo es el que tiene la vecina de enfrente. Cuida a Eli cuando Júlia se va al trabajo, pero pide un favor tras otro.

El coste de la rampa provoca la fractura. Júlia se queda sola. Ni Vera ni Ramon la apoyan. Nadie tiene los recursos para hacer frente al gasto y todos miran a otro lado cuando Júlia plantea la cuestión. En entornos de los que cabe espera más solidaridad para afrontar las penurias con demasiada frecuencia brota la salida más fácil: el puro egoísmo.

UNA OBRA QUE INTERPELA

El mérito de Samper es que la pieza no decae y escapa del buenismo –de lo  sentimentaloide con un tema tan delicado–, que le quitaría valor. La dramaturga pone al espectador ante una situación que le interpela. Deja, sí, la lógica convicción de que actuar en comunidad siempre tendrá mayor fuerza que la respuesta individual.

La autora firma una fina dirección y se apoya en un gran reparto. Lluïsa Castell pone toda su energía y verdad interpretativa como Júlia, una madre contra el mundo. Montse Guallar, en un feliz reencuentro con la escena, perfila un personaje algo friki como el de Vera, una traductora de ruso en constante zozobra, emocional y económica. Andrés Herrera también despacha con empaque el rol de Ramon. ¡Menudo cantecito se echa! Y el novel Alejandro Bordanove nunca pierde el paso como el joven con parálisis cerebral y en su desdoblamiento como narrador de una historia de extrarradio. De aquí al lado.