CRÍTICA
Virginie Despentes: Mil páginas que se devoran
Prácticamente cada frase de la trilogía 'Vernon Subutex' contiene furiosa metralla sociopolítica
Ramón Vendrell
Periodista
Ramon Vendrell
Prácticamente cada frase de la trilogía ‘Vernon Subutex’ contiene furiosa metralla sociopolítica. Aquí hay hostias para todos, amigos, especialmente, claro está, para los de arriba, aunque no solo para ellos. La gracia menor está en que la indiscriminada balacera compone, como los cohetes de luces al estallar en el cielo, un certero dibujo de la sociedad francesa actual, por otro lado muy parecida a la española y a la de todos los países occidentales engullidos por el capitalismo no menos furioso que Virginie Despentes, o sea a ver cuál no. La gracia mayor está en que las tortas quedan integradas en un relato adictivo, cargado de acción urbana, violencia, personajes inolvidables (tres hurras por La Hiena) y sexo, del que la escritora expone tan pancha su fuerza, sus caras más angulosas y su explotación por parte del poder masculino.
Vernon Subutex, expropietario de una tienda de discos en París, se ve abocado a la calle. Tira de agenda y jeta y gorronea casa a antiguos colegas. Procede Despentes a partir de aquí a una inclemente disección de las ruinas de la última generación que creyó en el rock and roll y que de hecho se aisló para su eterna vergüenza en él, la de los ahora cincuentones o casi. Decía Johnny Thunders a finales de los setenta que no tenía motivo para volver a Nueva York porque todos sus amigos estaban muertos o en la cárcel. Despentes, más valiente, se enfrenta a los restos del naufragio de la quinta posterior a Thunders.
En el segundo volumen hay redención. Los 'outsiders' iniciales y los que se les van sumando se humanizan y crean un iglú protector en torno a un Subutex que asciende a la categoría de gurú gracias a su amor por la música pop. El elemento ‘noir’ que acosa a la pandilla, ya fugitiva en la tercera y última entrega, es un Harvey Weinstein ‘avant la lettre’, no en balde Despentes creó el personaje del productor cinematográfico Laurent Dopalet (un socialista libertino, según él; un malnacido, en realidad) antes de que estallara el escándalo Weinstein. En total, mil páginas que se devoran.
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