Lugares a los que nunca volveré

4. Tahití

Bungalós sobre el agua en una playa de la Polinesia francesa.

Bungalós sobre el agua en una playa de la Polinesia francesa.

Ramón de España

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Empezaba el verano de 1989 cuando me crucé en un bar de Barcelona con mi viejo amigo J.M., quien me enroló como guionista para una serie sobre la Polinesia francesa que le había conseguido endilgar a TVE. Puede que la recuerden, pues se emitió un montón de veces -aún me llega algún euro de la SGAE- y la presentaba una mujer tan guapa que era difícil de olvidar:Vaitiare, una exnovia deJulio Iglesiasde cuyos asuntos profesionales se encargaba el granJ.M.

Pese a moverse en un mundo de tiburones, mi amigo podía ser a veces de una ingenuidad adorable: estaba convencido de que Tahití era el paraíso en la Tierra, y solo pensaba en comprarse un islote por la zona al que retirarse en su vejez (no pudo ser: nos dejó hace unos pocos años). Creo que fue esa ingenuidad la que le llevó a caer en manos de sus contactos tahitianos, una especie de ministro plenipotenciario cuyo nombre de pila eraNapoleón-a cuyo lado,FabrayCampsson meros aprendices de corrupto- y su segundo de a bordo, un mangante francés cuyo nombre he olvidado, pero al que llamaréSacha Distela causa de su notable parecido con el intérprete deMonsieur Cannibaley otras perlas del pop galo, quienes le sacaron los cuartos a conciencia con una promesa de gestionarle lo del islote que nunca se materializó.

Tras un par de meses en Polinesia, donde entrevisté para la serie a más de 60 personas, desde el presidente del Gobierno autónomo -que bebía los vientos porVaitiare- hasta el último colgado del puerto de Papeete, llegué a la conclusión de que aquello solo era un paraíso para parejas bien avenidas que dedicaran su viaje de bodas a comer, beber, fornicar y bañarse en unas aguas maravillosamente cristalinas. Igual todo se debió a mi torcida visión de la realidad, pero dondeJ.M.veía el paraíso, yo veía una sociedad indolente, dominada por una minoría de políticos y empresarios sin escrúpulos, que le sacaba a la metrópolis todo lo que podía con la amenaza constante de una independencia que, en el fondo, no le convenía a nadie. No negaré que las puestas de sol eran para echarse a llorar de bonitas, pero también es cierto que cuando llevabas cuarenta y tantas, llorabas de rabia y aburrimiento: conocí a varios expatriados que eran la viva imagen de la melancolía. Uno de ellos, un italiano que había estado casado con la hermana deClaudia Cardinale, me contó que se había instalado allí para salvar su matrimonio, pero que este acabó desintegrándose por exceso de convivencia. En Roma la cosa aguantaba porque, entre el trabajo y la vida social, no le quedaba tiempo para discutir con su mujer.

FUGITIVOS / Abundaban en Tahití los extranjeros varados en sus playas por motivos que tenían más que ver con la huida que con la búsqueda de ese paraíso que solo existía en la imaginación del bueno deJ.M. El que mejor había entendido lo que se podía hacer allí eraCharlie, el padre deVaitiare, un americano que había llegado en los años 50 con el equipo deRebelión a bordo-lo ficharon en Nueva York, a través de su amigoGeorge Hamilton, porque su padre había tenido una conservera en la isla y él se la conocía bien- y era quien le había presentado aTarita aMarlon Brando. Cantamañanas simpatiquísimo, sablista ocasional y empresario audaz, Charlie creó el primer (y último)drive inde Tahití, que se hundió porque nadie tenía coche en esa época: la pantalla hecha jirones aún se mantenía cuando yo llegué. Convenientemente adosado aNapoleóny a Sacha Distel, el hombre medraba con gran tronío.

Puede que Tahití fuese un paraíso cuando llegaronFletcher Christiany los amotinados de la Bounty, pero yo me quedé con la impresión de que el choque cultural entre los buenos salvajes y los europeos rebotados no había arrojado un saldo positivo. Pero no me hagan caso: igual soy el único ser humano capaz de deprimirse en Tahití.