Sbaraglia, un Bruce Willis en silla de ruedas en "Al final del túnel"

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Está postrado en una silla de ruedas, pero eso no impide a Leonardo Sbaraglia moverse con rapidez, sudar la gota gorda e interceptar a "los malos" en "Al final del túnel", un filme de suspense que el actor argentino ha definido hoy en Madrid como "una 'Jungla de cristal', pero en silla de ruedas". Escrita y dirigida por el también argentino Rodrigo Grande, y coprotagonizada por Clara Lago, Pablo Echarri y Federico Luppi, la trama gira en torno al asalto a un banco en Buenos Aires a través de un túnel que pasa por debajo de la casa del protagonista, un hombre "devastado", física y emocionalmente. "Se trata de un tipo que parte de la muerte y atraviesa un túnel para volver a vivir de nuevo. El túnel funciona como una metáfora del trayecto del protagonista, un trayecto impregnado de sangre y suspense", ha explicado su director y guionista en la presentación en Madrid, a cuatro días de su estreno en salas. Aunque Grande no la considera "una película de atracos", dice que le gustó como premisa la idea de unos ladrones haciendo un túnel para robar un banco y que la atención principal no estuviese centrada en ellos sino en alguien que los está observando, el tipo que vive arriba. La vida de este tipo, Joaquín, comienza a cambiar el día en que llega a su casa Betty (Clara Lago), una bailarina de "striptease" que le alquila una habitación, junto a su hija, a la vez que descubre los planes de los ladrones. Grande asegura que ha sido un rodaje difícil, diez semanas repartidas entre España y Argentina.

"El túnel -construido por el ganador de 9 Goyas Reyes Abades- fue una de las complicaciones, pero también había un perro y una niña. No faltó nada", bromea. No obstante, reconoce, la peor parte se la llevó Sbaraglia, que en algunas tomas tenía que arrastrarse 30 metros sin mover las piernas. "Él es muy perfeccionista y obsesivo, y no quería moverlas aunque no se viesen en plano; es una suerte dar con gente así", dice Grande. El protagonista de "Relatos Salvajes" o "Intacto" se preparó a conciencia, con la ayuda de tres personas que le enseñaron a manejar la silla, a "hacer el caballito", a tirarse y volverse a levantar y también a entender las consecuencias emocionales de los problemas de movilidad. Aun así, la parte del túnel superó todas sus expectativas. "No estaba preparado para ese nivel de exigencia física brutal. Fue insoportable", subraya Sbaraglia. "Arrastrarte 200 metros al día por un terreno arenoso, en el que no sólo no puedes mover las piernas sino que éstas hacen de freno... Al segundo o tercer día de rodaje no podía más. Pero por suerte todo ese esfuerzo se termina viendo en pantalla y ayudó a transmitir la sensación de asfixia del personaje", explica. Para Clara Lago el mayor reto fue adoptar el acento argentino al que últimamente obligan las coproducciones -la última fue Inma Cuesta en "Capitán Kóblic". "Ha sido un proceso interesante pero más difícil de lo que pensaba", ha confesado la protagonista de "Ocho apellidos vascos". "Yo tengo buen oído y se me pegan mucho los acentos, pero te condiciona en un sentido complicado de explicar. Cuando parece que ya lo tienes, no es así, porque entonces empiezas a cuestionar dónde pones el énfasis cuando hablas y te delatas sin darte cuenta", ha añadido. La película, una de las más vistas en Argentina en el primer semestre de 2016, tiene entre sus referentes "Seven" de David Fincher -se nota particularmente en los giros de guion- o a Edgar Allan Poe, con el protagonista en una casa llena de "fantasmas" y con la oscuridad y la paranoia de los mejores cuentos del escritor estadounidense.